sábado, 10 de noviembre de 2012


13. COMO CORRESPONDE
      
   El del Choique fue distinto. Cuando falleció el viejo, Mariano pudo despedirlo de cuerpo entero y compartir esa expresión de paz que lucía su rostro con quienes venían a presentar el debido pésame. Además la madera del ataúd estaba bien trabajada y se notaba que María Rosa se había encargado de lustrarlo en todas sus formas. No cabía duda de que la del Choique fue una auténtica y florida despedida. Decenas de ramos multicolores le dieron energía al ambiente y levantaron el estado de ánimo de quienes se acercaban a verlo por última vez. Incluso un par de paisanos desenfundaron sus guitarras y completaron el cuadro con algún que otro detalle musical.  Tristeza sí se sentía porque el Choique partía hacia su pedacito de cielo. Pero no dolor, no sufrimiento, porque él era incapaz de creer que la muerte tuviese que ver con la pasividad de un cuerpo que terminaría pudriéndose bajo tierra.
   En cambio el del padre Javier no. Ni siquiera se lo pudo velar en la parroquia. Mariano no tuvo oportunidad de saber qué expresión había reservado el cura para su gesto final, ya que había quedado poco y nada del cuerpo; apenas restos de un cadáver renegrido y disecado por el fuego. Por eso en medio del salón comunitario se exponía un cajón cerrado y de madera ordinaria, con un crucifijo de pedestal junto a la cabecera. Flores no. La custodia militar apostada en la puerta de acceso al salón tenía órdenes de no dejar ingresar a ningún feligrés con ofrendas florales.
   La agonía del padre Javier, consumiéndose en el corazón de un aro de brasas mientras su cuerpo burbujeaba y estallaba en salpicaduras rojinegras, provocó entre los testigos de su muerte una conmoción tal que la devoción mística que cunde hoy entre sus fieles tuvo su acta fundacional aquella noche. Quienes intentaron socorrerlo de las llamas juran y perjuran que su muerte fue un acto divino. No gratuitamente el velo de agua que los bomberos arrojaban a las llamas se evaporaba antes de hacer contacto con la hoguera. Como tampoco fue casual que ni el cuellito blanco de sus hábitos ni el par de angelitos de cerámica que le habían obsequiado terminaran formando parte del cúmulo de cenizas que acabaron  rodeándolo.  Para la comunidad de San Agustín esa tragedia era una señal que les enviaba el cielo y que ellos deberían comenzar a interpretar a partir de esa terrible muerte. Y no faltó quien buscara en esa fatalidad la supervivencia del finado en una imagen milagrosa que, según relataban algunos testigos, se desprendió de aquellos despojos chamuscados y, lentamente, de brazos abiertos y cubierto por un hábito blanco, como costándole abandonar esa parte del mundo que también fuera suya, se alzó de entre los restos ardientes y fugó hacia las alturas.

    La tragedia del padre Javier hizo pasar casi desapercibido el suicidio de un cabo del batallón. Sin embargo, a las autoridades militares les inquietaba la relevancia que había cobrado la muerte de un cura, respecto de la de un soldado del ejército argentino. Y más aún que se haya venerado la figura del sacerdote como si fuera un santo milagroso. Pero no sólo la cúpula castrense estaba incómoda y fastidiosa por las peregrinaciones que comenzaron a sucederse de allí en más. También el interventor municipal y algunos representantes de la comunidad se mostraban molestos por las ofrendas y cirios que los devotos dejaban cada noche sobre los cimientos quemados de la capilla. Ni hablar cuando la noticia trascendió los límites de San Agustín y fueron sumándose semana a semana decenas de forasteros del culto al padre Javier. Por eso las autoridades comunales y la comandancia del batallón solicitaron una audiencia con el directorio de Hidrosur, a fin de conocer la fecha tentativa de inicio del llenado de la represa.
     Mercedes, que recién durante el receso universitario de invierno pudo interiorizarse sobre las malas noticias acontecidas en San Agustín, no había leído una sola mención de esas muertes en las cartas que le enviaba su padre. Sólo cuando se reencontró con Mariano pudo configurar un completo panorama del estado de situación que comenzaba a enrarecer la atmósfera que pesaba sobre el pueblo, ya que ninguno de esos episodios se registraba en las líneas que le remitía su padre desde San Agustín. En el par de páginas que Díaz Galván le despachaba quincenalmente sólo había referencias a su rutina rural y a los proyectos de expansión que tenía previstos iniciar en la provincia de Buenos Aires; referencias que ya se tornaban lugares comunes para Mercedes y que no la conmovían en lo más mínimo.

        “ Mariano, vos podrías escribirme alguna vez, ¿no? Por lo menos para contarme estas cosas que me decís ahora. Escribir sabés y tiempo no vas a decir que te falta. Si no fuera porque me aparecí a la salida de tu trabajo no me enteraba que estabas viviendo en el pueblo ¿Qué pasó que te fuiste del galponcito del fondo? ¿Te echó esa yegua o te fuiste por tu propia cuenta?... ¡Ay, bueno, cuidado, no le toquen a su Laurita que se ofende!...Dale, decime por qué te fuiste. Seguro que te echaron. O te mandaste alguna y se pelearon…Entonces fue mi viejo. Algo le habrás hecho a su querida”
   Era la primera vez que tenían sexo en un lugar que no fuera la casa paterna de Mercedes o sobre una frazada en el campo, o en el galponcito del fono. Ahora no había razón para alarmarse porque Díaz Galván los sorprendiera o porque algún inoportuno los pusiera en evidencia. Esa vivienda pequeña de ventanas rectangulares, con una cama angosta y con una mujer desnuda para él, le pertenecía en toda su estrechez. Aunque no fuera propietario y no le importara lo que sucediera más allá de esas cuatro paredes, y aunque no amase a quien se le entregaba con desesperación y sin demandar nada a cambio, sabía que ese minúsculo cuadradito del mundo era sólo para él.
    “Sos un ingenuo. Creíste que ella siempre iba a tener un lugar en su vida para vos y ya ves que no es así. Primero están sus hijas y la necesidad de salir de este pueblo ¿Vos le vas a dar un futuro y la seguridad que le falta? Mirá dónde estás. Pero mirate bien. Estás igual que cuando te vi la última vez pero con domicilio propio. Y peor aún, con menos margen para resolver tu propia vida ¿No te das cuenta de que el tiempo ya te pateó para un costado y te pasa por arriba como quiere y cuantas veces quiere? A ver si de una vez por todas reaccionás y empezás a poner lo que hay que poner arriba de la mesa. Dale,  decime la verdad, ¿te peleaste o no te peleaste con Laura?”

   Al coronel le pareció bien que Mariano hubiese decidido ir a vivir solo. Ya era casi un hombre y no encontraba justificativo para que siguiera ocupando ese cuarto improvisado en el fondo de la casa. Además, no le gustaban algunas conductas que venía adoptando el muchacho últimamente. Eso de irse cada dos por tres a despilfarrar el sueldo al puterío de El Jote, andar tomando de más y ponerle cara de perro a los que lo saludaban, lo preocupaba, y mucho. Como tampoco lo dejaba tranquilo que anduviera cerca de Laura y de las mocositas como si fuese un padre de familia. Bastante con haberle conseguido esa vacante en la empresa y con que siguiera cuidándole los caballos. Ahí sí que no tenía nada para reprocharle porque el instinto natural que tenía Mariano para relacionarse con los animales era admirable. Pero ya era hora de que fuera abriéndose camino por sí mismo y que supiera que él no siempre iba a estar a su lado para darle una mano. De hecho, en unos días más debía viajar a La Plata para ajustar temas vinculados al traslado de su tropilla. Él ya se lo había dicho a Mercedes, a su socio y a Laura: no iba a esperar que largasen el agua para salir de allí.
    A partir de la macabra muerte de la Choli, el coronel comenzó a sentirse mal por las mañanas. Se despertaba de madrugada, agitado y con dolor de cabeza. Sentía como que algo se estaba gestando bajo sus pies pero no podía definir la naturaleza de ese presentimiento. Era como si una gran convulsión se estuviese conteniendo bajo tierra. Tenía casi la certeza de que esto ocurriría muy pronto y él no quería estar presente cuando sucediera. Podía oler la amenaza en el aire, escucharla por las noches en un susurro ligerísimo que le llegaba justo en el momento previo a conciliar el sueño. Y este malestar no tenía que ver con lo que decían del cura o con aquellos maestros revoltosos. Tampoco con lo de Seguel o con la insólita sequía y posterior desmadre del Huancúl. Esas eran supercherías de ignorantes y él no estaba para creer en semejante estupidez. Lo cierto era que ese malestar matutino lo llevó a adelantar los planes de mudanza.

   La tarde anterior a la que Mercedes fuera a esperarlo al portón de entrada de la represa, Mariano había ido a preguntarle a Laura desde cuándo sabía ella la noticia. Desde cuándo le ocultaba eso; que Díaz Galván se la llevaba con él a La Plata. Si había sido tan perra para engañarlo de esa manera, para qué le seguía prometiendo que nunca lo abandonaría ¿Acaso ya olvido que ellos se habían entregado el uno al otro y que él estuvo mucho más adentro de ella de lo que nadie nunca va a poder estar? ¿Que él había dejado de ser “él” aquella vez porque había quedado dentro suyo para siempre? Claro que sí, ella lo sabía, y más de lo que él pudiera llegar a suponer. Aunque no lo advirtiera en el temblor de su mirada cuando respiraban muy cerca uno del otro, o cuando él posaba un brazo sobre sus hombros para que el mundo no le pesara tanto, Laura volvía a revivirlo por dentro como aquella vez. Él nunca va a dejar de estar en ella porque ambos laten en un único corazón que mira con otros ojos un mundo nuevo; con esos ojitos azabache que ahora parecen alegrarse por la presencia inesperada de Mariano. Ojitos inocentes. A lo mejor demasiado grandes, luminosos y desproporcionados para su carita, pero desbordantes de vida.  Pero no, él no debe saberlo todavía porque ella teme por su seguridad. Ya llegará el momento oportuno cuando el agua cure todo. Esperó tanto que no se va a arriesgar ahora que falta tan poco para que esto termine. Cuando esté lejos y el pasado quede ahogado para siempre, podrán empezar de nuevo y sin memoria de las penurias que tuvo que arrastrar en San Agustín. Es tan fácil fugarse de la Patagonia. Existen tantas ciudades en el norte y con tanta gente viviendo apretada, que va a ser fácil escapar del viejo y fundar un mundo propio. Por eso Laura le pidió a Díaz Galván por Mariano, para que lo tomaran en Hidrosur como personal de planta permanente. Lo mejor que le podría pasar a Mariano en estos momentos era que la represa se terminara antes de tiempo y que lo trasladen con el resto del personal al nuevo destino de obra; “Creo que a Zárate o a Rosario -le había dicho el viejo-  Cuando por fin nos vayamos de aquí, los caballos lo van a extrañar. Pero no le va a venir mal conocer otros lugares, otra gente, civilizarse un poco. Se ha vuelto demasiado cimarrón este muchacho”
    A Mariano no le importaban las razones que exponía Laura ¿Que todo lo que hacía era por su propio bien? “Sos tan cagadora y reputa como la otra, como la Mecha. No, si no al pedo tienen la misma sangre” Que él ahora no la entiende pero que después, cuando pase este momento feo y ella pueda contarle lo que ahora no debe, va a ver que esto es una pesadilla que se puede olvidar. Que confíe en ella, por favor. Que hay cosas que él todavía no sabe y que se las va a decir en su momento. “¿Qué no voy a saber? Y ya te dije que no vuelvas a tocarme ¡Ni mierda vuelvo a confiar en vos! ¡Nunca más! Ni aunque te estés muriendo con esas guachitas en los brazos” Que cómo va a decir una cosa así. Cómo puede ser tan bruto para pensar de esa manera. No sabe lo que está diciendo. No tiene la menor idea de lo que acaba de decir “¿Ahora llorás? ¿Qué te pensás, que le voy a creer a una porquería como vos? ¡Asco me das! ¡Asco me da tocarte! Y sí, es lo mejor que podés hacer; irte con ese viejo del carajo. Vos, él y la reputa reventada de tu hermanastra”

    No por angosta y baja la cama iba a resultar un estorbo para complacer a Mercedes. Al contrario, después de que ella se diera vuelta para “que me des como a una yegua” y tomándola con rudeza de las caderas, Mariano pudo apoyar sus pies en el suelo, uno a cada lado de la cama, y entrarle duro por detrás, por donde ella le pedía que por favor no, que por ahí le iba a doler, que no quería, que él se lo había prometido. Pero por ahí fue y quiso Mariano que fuera; contra la blancura tierna de un cuerpo que se resistía a la aceleración brutal de su miembro. Sólo pleno y profundo goce carnal. Avidez por sentir cómo su verga era presionada cuanto más penetraba en la muchacha. Cuanto más buscaba escapar del dolor, más la alzaba Mariano para dominarla y apretarla contra él. Cuanto más gritaba y lloraba Mercedes, más explosiva era la penetración y más animal el instinto que lo descontrolaba. Y así de lacerante, bestial e inconsciente fue el empuje final, el que acabó retorciendo el cuerpo de Mercedes contra la cabecera de la cama y con el derrame completo de Mariano en la hondura más humillante que ninguna mujer hubiese aceptado vulnerar de esa manera.
    Mercedes se había prometido no volver a ver a Mariano. Haberle hecho lo que le hizo y de la forma en que lo hizo, no tenía perdón. Haberla abandonado entre el revoltijo de sábanas hediondas y bajo ese techo de mala muerte, era típico de un salvaje como él. Dejarla tirada así, como un desperdicio. No, no lo podía creer. Y con lo que le dolía el cuerpo; sobre todo ahí, donde la costura del pantalón parecía abrirla en carne viva. Lo importante en estos momentos era huir de esa pocilga, llegar a su casa y meterse bajo la ducha caliente. Refugiarse en su cama antes de que la noche y la nieve por venir la castigaran aún más. Después, sin demora, hablar con su padre, confesarle todo: la cercana relación de afecto que venía sosteniendo con Mariano desde los diecisiete años, obviando los capítulos concernientes a su intimidad sexual, hasta el degradante engaño que terminaba de padecer.
    Desde luego que el costo de revelar esa mediana verdad recaería en buena medida sobre ella. Pero sin duda que Mariano se llevaría la peor parte. Total, quién iba a reclamar por él si su padre, Sepúlveda o cualquier otro de confianza se lo cruzaban una noche a la salida de El Jote o camino a su casa y le daban su merecido. O algo más grave aún. Lo reventaban a golpes y lo hacían meter preso por violador. O algo más drástico, como le escuchó decir una vez a un camaradas de su padre respecto de la necesidad de terminar definitivamente con esos…¿profesores burdos o procesados zurdos, había dicho? No recuerda con claridad esa parte de la conversación porque el mismo Díaz Galván cerró la puerta del living y ella debió ocultarse en la cocina. Pero le quedaba claro que se trataba de algo más que de un severo y duro escarmiento. En definitiva, quién iba a reclamar por él si ya no le quedaban familiares ni amigos en San Agustín. El Choique y el cura habían pasado a mejor vida, y la Neno estaba borrada del mapa ¿Laura se preocuparía por él? Si aquella ya estaba con la cabeza en Buenos Aires. No había un alma que se preocupara por una posible desaparición de Mariano. Era lo menos que se merecía por haberla maltratado como lo hizo. No quedaba otra que decírselo a su padre.
   El frío del anochecer, más el ritmo que iba cobrando su andar a medida que se aproximaba al centro del pueblo, fueron apaciguando el dolor físico en Mercedes y devolviéndole la dimensión de realidad que su sentido común requería para pensar con claridad. Entendía que esos volátiles y esporádicos copos de nieve que el alumbrado público le dejaba ver compensarían su pena con un amanecer blanquísimo. Las mañanas de invierno suelen pacificar los ánimos y volver reflexivo a quien contempla ese primer momento del día.
   ¿Sería capaz de soportar las miradas insidiosas de los agustinenses e ignorar los comentarios que circularían por el pueblo? ¿Cómo reaccionaría el coronel Díaz Galván al conocer la verdad de los hechos? ¿Dudaría de la palabra de su hija? ¿Confiaría en la fidelidad del relato o, por el contrario, consideraría la posibilidad de que hubiese sido ella la provocadora de ese lamentable episodio?  Una vez, después del festejo de su cumpleaños, su padre tuvo que llamarle la atención por sobrepasarse en ciertas conductas desfachatadas, ya que no le gustó nada que compartiera la misma monta con Mariano. Y no sólo por eso, sino por la forma en que refregaba su espalda contra el pecho descubierto del muchacho.
    Ante la posibilidad de un contraataque retórico por parte del coronel, Mercedes comenzó a barajar la posibilidad de que Mariano hubiese sufrido un ataque de demencia momentánea. Evaluó como posible que las bondades femeninas de su cuerpo desnudo, más la  gozosa desmesura sexual del encuentro, hayan sido el detonante que ninguno de los dos pretendía hacer estallar en un momento tan crítico como el que estaba atravesando Mariano.
     “A lo mejor estaba mal porque no sabía cómo procesar la muerte del cura y del Choique. Y, bueno, se descontroló. Yo sé que él no es así. Estaba como loco. Seguro que ahora debe andar emborrachándose en El Jote o reunido con algún compañero, arrepintiéndose por lo que me hizo. Pobre, es tan indefenso y está tan solo que a veces no sabe qué hacer con su alma. No sé si denunciarlo en este momento. Mi viejo es capaz de cualquier cosa si se entera de lo que me pasó. Por ahí sería  prudente esperar un poquito ¿Y si lo busco para que hablemos sobre lo ocurrido? Es mejor hablar antes de actuar. Quién sabe si él también no me estará buscando para pedirme perdón. Pero primero me baño y me arreglo un poco. Después le saco la  camioneta a mi viejo y trato de encontrarlo. Ahora, donde sí sé que no tengo que ir es a lo de Laura. Capaz que fue ella la que le pudrió la cabeza ¿Cuántas veces la espié de noche para comprobar cómo se dejaba dar vuelta en la cama? Igual de puta que su madre. No, igual no. La Neno era peor; se daba vuelta sola y se dejaba hacer de todo para después conseguir lo que se le antojara. Mi viejo piensa que yo no sé nada de toda esa porquería. Pero sí que sé porque yo los vi. Yo misma leí los documentos archivados en su despacho. La guacha de Laura habrá hecho lo mismo con Mariano. Le habrá dado el dulce para usarlo, para esclavizarlo y basurearlo. Y después, como se dio cuenta de que no le servía más que para la cama, le dio una patada en el culo y lo echó a la calle. Pobre Mariano. Al final de cuentas es un torpe que se deja manosear por cualquier infeliz. Yo no merezco lo que me hizo. Y que tenga por seguro que tarde o temprano se lo voy a hacer pagar. Me lo va a tener que pagar. Pero ella también tiene que pagar por todo lo que nos está haciendo sufrir. Esa bruja le está quemando la cabeza y el corazón. Y claro, yo vengo a caerle en el peor momento, cuando está más frágil e indefenso que nunca. Tengo que encontrarlo a como de lugar. En el estado en que se encuentra a estas horas, es probable que quiera cometer cualquier barbaridad. Pero antes me baño y me arreglo un poco. No quiero que cuando me desnude me encuentre con la misma ropa interior. Pobre, es tan bueno. No se merece que lo traten de esa manera.
  
  
  
  
  







14. GRACIA PLENA

    El dedo pulsa el gatillo y el percutor de la pistola se libera. El vástago de acero se hunde en la base de cobre del fulminante de la cápsula. Un proyectil de nueve milímetros, marca FM, está alojado en la cápsula. La chispa que brota del fulminante desata una explosión en el cúmulo de pólvora que se comprime entre la base y la pieza de plomo. Por consiguiente, una reacción química hace que el proyectil se separe de la cápsula a una velocidad superior a la del sonido. Esa descompresión impulsa al proyectil por el interior estriado del cañón. Por esa razón, antes de salir despedido por la boca de la pistola, el proyectil  alcanza a dar un giro completo sobre su eje longitudinal. Ello se debe a la traza espiralada que guardan las cinco estrías del cañón. De esa manera el proyectil toma un curso lineal, preciso, balanceado en su vuelo, e impacta con éxito en el blanco elegido por el ejecutor.
    El recorrido que debe cumplir la pieza de plomo, desde que es expulsada por el arma hasta que impacta en el blanco, no supera el medio metro. Entonces, sin que todavía la mano se retrotraiga por efecto del disparo, la bala, girando sobre su eje y cobrando alta temperatura, ha comenzado a penetrar el blanco. Abre y quema una primera capa compuesta de pelos, epidermis y dermis. Abre, fractura y perfora el hueso occipital. Desgarra la meninges y se introduce en la masa encefálica. Allí, recién allí, brota la sangre y salpica la mano que empuña la pistola. Pero el daño continúa y la ojiva metálica va más profundo, hasta atravesar el cerebro, partir el paladar y hundirse finalmente en el cuerpo carnoso de la lengua.
    Es en ese momento donde Mariano siente la patada del disparo. Entonces refuerza la tensión muscular  del brazo para que el arma no se le escape o le golpee la cara. Al mismo tiempo que su mano es impulsada hacia atrás, Plata, un potrillo mal parido, ciego y de patas atrofiadas, cae sin vida en la fosa que el coronel había mandado cavar.
   Los ojos de Mecha, tan abiertos como los del potrillo sacrificado pero mucho más encendidos, brillaban de fascinación por haber presenciado una muerte forzada. Antes del disparo, pero sin dejar de observar ninguno de los pasos previos a la ejecución, se había ubicado detrás de Mariano. Temía por la detonación y por la impresión que podía llegar a darle la sangre. Pero nada de ello ocurrió. El disparo sonó seco y breve, y el cuerpo del potrillo pareció deshacerse sobre sí mismo. Cayó sobre el derrumbe de sus patas y como queriendo ocultar la cabeza bajo el pecho.

    “Yo, Mariano –le había dicho el coronel mientras le entregaba la Browning y el cargador- siempre admiré la filosofía de vida espartana por ser austera, práctica e inteligente. Por eso la he adoptado como modelo. Decime la verdad, ¿qué posibilidades tiene ese potro para la vida que le espera?... Ninguna que resulte digna. Siendo ciego, nunca va a poder valerse por sí mismo. Y de trotar no hablemos porque las patas apenas lo sostienen. La naturaleza tiene su fórmula: sobrevive el más fuerte, y éste animalito nació condenado. Por eso hay que cortar por lo sano. Vos ya sabés cómo se usa esto. Llevala así como te la entrego, cargador en el bolsillo y arma en la cintura. Por allá atrás, pasando el molino chico, los muchachos hicieron un pozo. No quiero que la tropilla se me ponga loca cuando vea que te lo llevás a Plata. Por eso hay que hacerlo lejos. Serán animales pero se dan cuenta cuando la guadaña anda cerca…¿Qué pasa, no te animás?...¿Pena? Pena debería darte dejarlo vivo. Hay que ser muy insensible para condenar a ese infeliz a una vida miserable ¿Por qué hacerlo sufrir durante vaya a saber cuánto tiempo más? El sacrificio es la solución más limpia y sana. Hasta te diría que si el caballito pudiera hablar te lo agradecería. Bueno, dale nomás. Y si no quiere arrancar llevátelo al Tinto o a cualquier otro para que los siga. Que Plata esté enfermo no significa que sea boludo. Los animales huelen la muerte. En eso son más despiertos que nosotros. Y una última cosita más. Yo sé que vos le dijiste que no a Mecha y eso está muy bien. Pero desde que el veterinario sugirió pasarlo a mejor vida no me deja de fastidiar. Haceme un favor, llevala con vos a esta hincha pelotas, así se caga bien en las patas y se deja de joder con querer ver estas cosas”

    El caballito no quería separarse del Tinto, y el Tinto no quería dejarse amarrar al álamo. A pesar del calor del mediodía, Mariano sentía el cuerpo frío y las manos calientes. Le temblaban los brazos cuando arrastraba a Plata para separarlo del alazán. Con cada tirón de cincha, al potrillo se le doblaban las patas y daba con el hocico por tierra. Mecha decía que no insista, que el Tinto se ponía nervioso, que le hacía mal ver sufrir al chiquito. Que le pegara un tiro ahí mismo y que después lo arrastrara hasta la fosa.
    “Total no ve nada. Da igual hacerlo allá que acá ¿No ves cómo se pone el Tinto? Mirá, está como loco. A ver si nos pega una patada ¡Largalo al chiquito y agarrá al Tinto antes de que se escape!…¿Viste?, se escapó ¿Y ahora que hacemos? Andá a saber hasta dónde va. Mi viejo se va a recalentar si volvemos sin el caballo” 
   Pero Mariano no quería que su Tinto presenciara lo que le iba a pasar a Plata. O a lo mejor lo que no quería era que comenzara a reconocerlo a él como verdugo. Así que, a los tirones y a los tumbos, con el potrillo relinchando y sangrando entre los dientes, logró llevarlo hasta el borde de la fosa. Allí no hizo falta empujarlo. Plata, como resignándose a lo que venía, dejó de relinchar, se puso de pie y respondió con pasos cortos hasta bajar por donde debía.
    Mariano no podía evitar los escalofríos. Se miraba la mano salpicada de sangre y temblaba. El olor a pólvora quemada le hacía picar la nariz. Era eso lo que le humedecía los ojos y lo hacía lagrimear. No “otra cosa” como pensaba Mecha. Él, y a cuchillo limpio, había degollado muchísimos animales con anterioridad. Entre chivos, chanchos y pollos, sumaban cientos los sacrificios hechos por mano propia. Y si a eso le sumaba las veces que fue a cazar con el Choique o con Díaz Galván, serían incontables los animales que pasó a mejor vida. Pero, claro, siempre lo hizo con un fin alimenticio. Esta vez no se trató de un animal menor, sino de un caballo. Y para colmo potrillo y discapacitado. De estar aún con vida, el Choique hubiese dicho que esa no era razón para coartarle su destino, ya que todo ser vivo debía cumplir con su misión en la Tierra. Incluso los animales tienen un plan que respetar. A lo mejor la ceguera y la atrofia que padecía Plata era una reparación que su espíritu debía respetar por malas acciones pasadas ¿Quién era él  para irrumpir así en el destino de una vida?

         - ¿Qué se siente? – le preguntó Mercedes rodeándolo con sus brazos por el cuello.
-          Nada. Un sacudón en el brazo y olor a quemado – Le respondió Mariano mientras seguía observando al potrillo muerto.
-          No, tonto. Te preguntó qué se siente por dentro ¿Emoción, miedo, culpa? -
-          Y…sentí…como si no tuviera nada en el cuerpo. Así, como un vacío. Sí, nada. Eso sentí -
-          Entonces, ni culpa ni miedo. Como si aquí no hubiese pasado nada -
-          …. –
-          ¡Ché!, a vos te estoy hablando ¿Nada sentiste?...¿Ni un poco de lástima o miedo?
-          … -
-          ¡Uy, mirá! Se está moviendo... Está moviendo la lengua. Y todavía le sale sangre por la boca…Se sigue moviendo… ¿Lo ves? -
-          … -
-          ¿Me dejás probar? Por las dudas, digo –
-          … -
-Probar a mí con la pistola. Tirarle un tiro para que no siga sufriendo, pobrecito. ¿Me dejás? –
-          Eso es porque se está terminando de apagar y porque la lengua es blanda. Si tu papá se entera de que tocaste un arma me caga a palos –
Mercedes dejó de abrazar a Mariano. Borró la sonrisa que hasta ese momento mantenía y le apuntó con su dedo índice.
-          Vos todavía me debés una. Y esto que te pido es una mínima parte de lo mucho que hace falta que me devuelvas para que no le cuente nada a mi viejo ¿Eso lo tenés claro, verdad? Entonces, si yo te digo que éste todavía  se mueve es porque es así. Decime cómo se hace –
-          Te va a hacer mal. Después vas a soñar feo a la noche. Si querés te dejo tirarle a una paleta del molino. Pero uno sólo porque sino tu papá se calienta conmigo. Va a decir que le ando gastando las balas –
-          Al final vos sos un insensible de porquería ¿No te das cuenta que el animalito sufre, que hay que darle el tiro de gracia? –
    El hecho de que Mercedes calificara como “de gracia” el disparo de remate sobre el potrillo provocó en Mariano una carcajada que acabó por enfurecerla y llevarla a cambiar pedido por orden. La ignorancia de Mariano respecto de expresiones de ése tipo la desquiciaban. Y más aún cuando el desconocimiento del muchacho hacía que esos términos la hicieran ver como una ridícula, como una desubicada. Por eso el empujón contra la anchura de su pecho, la mirada de hembra furiosa y la ira recargada en cada una de las palabras que salieron de su boca.
-          ¡Bastardo de mierda y muerto de hambre! ¿Quién sos vos para decirme qué es bueno o malo? ¿Vos, justo vos vas a enseñarme lo que puede pudrirme la cabeza por las noches? Si sos un animal ignorante. Una basura que si no hubiese sido por mi viejo estaría hace años pudriéndose con esas dos putas que te recogieron de andá a saber dónde…¡Y cuidado con levantarme la mano, infeliz! Ni se te ocurra porque te tengo agarrado de las pelotas. La vez pasada estuve así, mirá, así de cerca de pedirle a mi viejo que te mandara a Sepúlveda para que te atendiera como ya sabés. Así que, tené mucho cuidado con lo que vas a hacer o a decir de aquí en más..¿Escuchaste bien, no? A partir de hoy te metés bien el orgullo en el culo y me tratás bien…Vos ya no sos dueño ni de tu voluntad. Tu voluntad soy yo ¿Entendiste?...Y grabate bien la imagen de este gesto que te repito: así estuve, pero así de cerquita de mandarte al frente ¿Te quedó claro o necesitás una explicación más minuciosa de lo que te estoy insinuando…Bien, así me gusta. Y ahora me decís como hago para cargar y disparar. Dale, apurate que el caballito está sufriendo y tenemos que ir a buscar al Tinto –

    Desde el borde de la fosa y con Mariano sosteniéndola de los antebrazos por detrás, le resultó incómodo disparar. Por eso los dos primeros impactos no dieron en el blanco. El primero rozó la nariz del potrillo, y el segundo se hundió en la tierra, sobre el cogote del animal. Por eso, furiosa e insultando entre dientes, bajó para estar a centímetros del cadáver y no fallar. Esta vez, y antes de que Mariano le arrebatara el arma, alcanzó a gatillar tres veces. Más fascinada que antes, Mercedes no quitaba la vista de las perforaciones que sus disparos habían formado en el cráneo del caballo. No le reprochó a Mariano que la despojara de la Browning, porque estaba absolutamente desenfocada de lo que acontecía fuera de esa representación de la muerte. Repasaba con gran excitación cada uno de los orificios que se dejaban ver en la cabeza de Plata. Finalmente había sido ella, y no Mariano en su primer intento, quien acabó con el sufrimiento de ese cuerpo arruinado. Ella fue la que supo advertir el estado de agonía que pesaba sobre el animal y la que tomó la decisión de volver a dispararle. Se sentía satisfecha, orgullosa de saberse misericordiosa. Como que a partir del último impacto el cielo podía flotar mucho más limpio y sano sobre la humanidad.
     A pesar de que el olor a pólvora perduraba en la estrechez de la fosa, como también las moscas que revoloteaban sobre el cadáver, su desprecio hacia Mariano fue atenuándose. Contrariamente a lo que supuso el muchacho, Mercedes salió de la fosa totalmente repuesta e íntegra. No podía evitar que su mente proyectara hacia el futuro la experiencia que acababa de vivir. Estaba convencida de que a partir de allí sería capaz de ayudar a quien se lo propusiera o necesitara de su altruismo. Hasta podría hacer un mundo mejor si quisiera. Incluso a quienes habían sido crueles e injustos con ella les cabía una posibilidad de redimirse. La Neno y Laura, por ejemplo, y También Amancay y su madre; a quienes Mercedes consideraba culpables de todos los males que ella tuvo que sufrir, merecían tener una nueva oportunidad.
    Mercedes tenía muy en cuenta las faltas, involuntarias o no, que acreditaban sus deudoras para con ella. Por la promiscuidad de la Neno se separaron sus padres. Por ceder a una calentura perdida, Amancay abandonó a Mariano cuando era bebé. Por falso orgullo y egoísmo, más que por querer aparearse con un proveedor de cuarta, su madre la abandonó días antes de su sexto cumpleaños. Cómo no entender, pues, el rencor que ardía en su corazón y el penar que a consecuencia de lo tramado por esas mujeres arrastraban quienes habían sido sus víctimas: por lo menos el rencor y la pena que solían manifestar los “hombres de su vida” cuando despotricaban contra las de su mismo género. “Yeguas, perras, putas, reventadas y atorrantas”, eran los improperios de mayor salida a la hora de insultarlas. Cuántas veces escuchó a su padre, a su abuelo, a sus amigos porteños y a los pares masculinos de todos ellos descalificar a las mujeres con palabras de ese tipo. En estado de sobriedad y en público, sus hombres las ensuciaban verbalmente con un toque de ácida sutileza. Y con unas copas de más, las demonizaban y crucificaban sin miramientos.
    Pero ahora que reflexionaba sobre ello se daba cuenta de que no a todos los hombres con los que tuvo trato cercano les cabía el calificativo de misóginos. El profesor González, Mariano o el padre Javier siempre valoraron por igual a hombres y a mujeres. Hasta el estúpido de Mauricio sabía conservar un marcado respeto por el rol femenino en la sociedad. Pero sin duda que Lucio González era el que mayor admiración le merecía. Tanto en el aula como fuera de ella, el Profe llevaba a la práctica diaria el estado de respeto e igualdad entre las personas. Le agradaba sobremanera cuando su maestro llamaba “mi compañera” a la señorita Elvira, ya que esa forma de evocarla le parecía  más justa que “mi mujer” o “mi esposa”. Le sonaba como a quien junto a su par se revelaba cómplice de la vida, como a compinche en las buenas y en las malas.
    “La explicación es muy sencilla  –le dijo el profe a la clase mientras se sentaba sobre su escritorio- Significa nada más ni nada menos que compartir el pan. Y al decir pan no me detengo sólo en el bocado que nos llevamos a la boca. Claro que también es eso, pero no termina ahí. Es la satisfacción de procurarse de a dos el alimento diario. Es conocer las penas y las alegrías de quien está a tu lado. Es edificar proyectos y confiar en que todo se puede. De ahí la importancia de considerar a tu pareja, a tu amiga o amigo, compañera o compañero”
     Recuerda que una vez, cuando estaba cursando el último año de la primaria, lo acompañó a Mariano hasta la casa de la señorita Elvira porque debía llevarle un par de pollos que le había comprado al Choique. Al llegar, le sorprendió ver a la seño leyendo el diario en el jardín y al Profe colgando de la cuerda la ropa que él mismo había lavado en el piletón. Esa imagen fue mucho más elocuente que las enseñanzas que recibió en sus clases del secundario. Por eso se entristeció cuando supo que a su maestro le habían iniciado un sumario por hablar a favor de Evita, de la Pasionaria y de la justicia social. Lo que no entendía Mercedes era porqué el Profe se había marchado de San Agustín sin despedirse de sus alumnos y de Elvira. Aunque la seño insistía en que se lo habían llevado por la fuerza. Que ella no tenía pruebas pero que igual sabía porque al otro maestro, a Espeche, le había ocurrido lo mismo.

   A los pocos días de la desaparición de Lucio González, la señorita Elvira cayó en un estado de alteración extrema. Iba y venía de lo del cura Javier varias veces por día, lo mismo que de la casa de Raquel, la esposa del profesor Espeche. Hasta había pedido dinero prestado para viajar a la capital provincial, a Bahía Blanca y a Buenos Aires. Buscaba pistas, respuestas, datos que le permitieran llegar hasta su compañero. Pero los resultados fueron negativos. No lograba dar con el más insignificante de los indicios. A medida que transcurrían las semanas la investigación parecía estar cayendo en saco roto. Los días padecían de oscuridad, de sordera y de ceguera, y las noches eran eternas, plagadas de fantasmas y de sonidos aterradores. Elvira se alimentaba de sobras frías y dormía poco. Había descuidado mucho su trabajo y acumulaba demasiadas faltas en el colegio. Para colmo, las náuseas matinales del embarazo que no pudo anunciarle a Lucio y la falta de apetito la estaban deteriorando físicamente. Pero era inútil golpear la puerta de su casa para saber cómo se encontraba de salud o si necesitaba algo. Más allá de la compañía del cura o de Raquel, no aceptaba hablar con nadie. Cuando Mercedes la cruzó en la plaza para preguntarle si sabía cuándo volvería el Profe, la seño Elvira estuvo a punto de insultarla. Se sintió atacada al notar la mezcla de odio y terror que hervía en  la mirada de la maestra. Percibió la misma repulsión  que en algún momento supo advertir en los ojos de su madre y en los de la la Neno. Por eso a partir de  ese día no se atrevió a dirigirle la palabra. Como tampoco volvió a mencionar su nombre ni el del profe González ante su padre.
     “Ese es un asunto que a vos no te incumbe –le dijo el coronel alzando la voz-  Esa gente no es la que queremos para formar a nuestra juventud. Si desapareció, mejor para todos. Por algo se habrá ido. Y si su mujer anda tan loca será porque el tipo no era trigo limpio y la dejó por cosas mejores…¿Pero qué estás diciendo? ¿Quién te anda metiendo esas cosas en la cabeza? ¿A vos te parece que el ejército, con todo lo que tiene que hacer en los tiempos que corren, se va a andar preocupando por un maestrito delirante? Haceme el favor, Mecha, no digas disparates… ¿Quién te dijo esa barbaridad?...¿Quién es Sandra?... ¿La hija del imprentero? Dejámelo a mí  nomás  a ese perejil, que ya  lo  voy a  corregir también”

   Mercedes no había advertido que junto al álamo donde quisieron amarrar al Tinto había una bolsa de cal y dos palas. Mariano, a medida que espolvoreaba el cuerpo del potrillo, le dio a entender para qué era la cal. Aunque en esos casos él prefería las bondades del fuego. No había nada mejor que las llamas para reducir a cenizas lo que potencialmente podría ser un hediondo foco de infección. Pero el coronel había sido terminante con esa directiva y no permitía improvisaciones.
    “No, qué fuego ni ceniza. Salvo que te mandes una tremenda hoguera, siempre queda algo del cadáver sin quemar. Yo siempre les tiro cal. Es más barato y mejor que la leña. Y después tierra”
   A Mercedes la cautivó ver el relieve blanqueado del cuerpo de Plata. Parecía que un moldeado de pureza le hacía honor al nombre que ese potrillo había llevado en vida. Consideró justo que ese miserable animal, que resistió su ejecución y que luego descendió hasta su propia tumba con tanta entereza, fuera despedido de esa forma, como amortajado en polvo y ocultando la raquítica anatomía que la cal ayudaba a disimular. En casos como este, donde la vida había sido tan cruel con un inocente, Mercedes acordaba con quienes pensaban que la muerte era la mejor salida para dejar de sufrir. Y ella, gracias a su decisión, había colaborado con aliviar ese sufrimiento. Claro que en esta oportunidad se trató de un animal, pero al fin y al cabo no dejaba de ser una vida tan valiosa como cualquier otra. Era la primera vez que Mecha veía trabajar a la muerte frente a sus ojos. Y más aún a través de su propia mano. Se enorgullecía de su coraje, de haberse animado a darle paz a un ser tan desamparado por la naturaleza. Ese sacrificio la reconfortaba espiritualmente y la hacía sentir una nueva persona; más optimista, más llena de vida y con ganas de llevarse al mundo por delante. Le hubiese gustado que Mariano compartiera ese nivel de plenitud que la colmaba. Pero su compañero estaba lejos de alcanzar el estado de gracia que su ser comenzaba a experimentar. Comparado al grado de exaltación que mostraba la muchacha, la tristeza de Mariano resultaba nefasta para intentar cualquier comunión entre ambos. Así como ella progresaba en excitación, él sucumbía en depresión y se dejaba vencer por la culpa. Es que no era necesario haber cumplido al pie de la letra las órdenes del coronel. Engañarlo hubiese sido sencillo. Y seguro que Mercedes hubiese guardado el secreto si él se lo pedía. Pudo haber ido más allá del molino, liberar al potrillo y cubrir la fosa con tierra. Sin duda que Plata hubiese vagado hacia el este, hacia la estepa, hasta desfallecer. Pero hubiese cumplido con su destino sin que nadie se arrogara la voluntad de jugar a Dios. En cambio él, ahora sumaba otra sombra a su alma y eso lo alejaba cada vez más de la promesa que le había hecho al Choique. Ya no sólo le habría paso a la violencia y al alcohol en su vida, sino que la perversidad y la cobardía iban tallando pacientemente el perfil de su nueva y oscura personalidad.
   “¿Sabés de qué tengo ganas? -le preguntó Mercedes mientras ascendían a paso lento por una pequeña meseta  - De que vengas a Buenos Aires conmigo...¿Por qué no? Vos mismo me dijiste que este era probablemente el último verano que le quedaba a San Agustín. Que para octubre o noviembre del año que viene largan el agua…Si se lo pido a mi viejo, sí. Seguro que te lleva de capataz…Claro, no querés porque va a estar la otra. ¿Sabés que sos un pobre tipo, Mariano? ¿No te da vergüenza ser así?...Pero no, pensándolo bien, tenés razón. Lo mejor que te puede pasar es que Laura se vaya lejos de acá. Y vos también. Bien lejos los dos. Pero lejos uno del otro. A veces pienso (y de verdad te digo esto, con una mano en el corazón) si tiene sentido que Laura tenga que seguir soportando una vida tan vergonzosa y humillante, sin posibilidades de nada ¿Vos no pensás nunca en eso?...Yo sí. Y también fantaseo al preguntarme qué hubiese sido de nuestras vidas sin ella y la Neno…Sí, es probable que vos y yo no nos hubiésemos conocido. Pero imaginate que sí, que de todas maneras nuestras vidas se hubiesen cruzado. A lo mejor mis viejos estarían juntos todavía y vos no serías el tipo amargado que sos. Pero, bueno, hoy estoy bien de ánimo y lo único que deseo es que todos puedan ser tan felices como yo. Y me gustaría que en especial vos, Laura, mi vieja y la Neno pudieran compartir esta sensación…De verdad te lo digo. Ya sé que es imposible y que no me creés. Pero por lo menos a vos y a Laura los puedo ayudar. Mejor dicho, ayudándote a vos los puedo hacer felices a los dos….Como ella nunca lo fue, vos tampoco podés serlo. Entonces creo,¡ bah!, estoy casi segura, de que tu suerte podría cambiar si te sacrificaras por ella. Pero necesitás de mí para decidirte…No, todavía no. Eso tenemos que discutirlo con tranquilidad. Vos tenés que confiar en mí y vas a ver cómo se soluciona todo. Eso sí, vas a tener que ser valiente y decidido. Así como lo fue Plata hace un rato ¿Viste cómo aceptó su suerte? Ya no sufre más. Fue sólo cuestión de un segundo. Bueno, así de fácil puede cambiar el destino de una persona. Y no hace falta ser Dios para hacer lo que se debe hacer. Solamente confiar en uno mismo y hacer el bien. Eso es lo que importa: hacer el bien ¿Acaso yo no lo hice con Plata? Y me dolió apretar el gatillo ¿Qué te creés, que soy una insensible? Pero lo hice, y punto. Así deberíamos actuar todos; con decisión, que es lo que a vos justamente te falta. Por eso yo no te abandono, porque sé que por algo la vida nos cruzó. Y tené la seguridad de que ya estoy cerca de saber el motivo de este interrogante. Si no, por qué habría de sentirme tan feliz después de lo que tuve que hacer ¿Ves?, esa es una señal. Y vos seguramente escondés otra que no querés dar a conocer. Pero yo te voy a ayudar igual. Por algo la vida ofrece oportunidades, ¿no?”


  
  



         
15.  LETRA FIEL

   Ciudad de Buenos Aires, 10 de diciembre de 2008                 Expdte. Nº 00-40001574 / 07.

     Conforme a las actuaciones de forma que la documentación adjunta al presente expediente refiere, cabe destacar que las investigaciones efectuadas por el equipo de peritos del Ministerio del Interior, llevadas a cabo in situ: represa San Agustín, Lago Huancúl y Alto San Agustín, dan como resultado el siguiente informe:
    Uno. Que entre los meses de abril y agosto de 1982, y debido al conflicto bélico desatado entre la República Argentina y el Reino Unido, la construcción de la represa sobre el río Huancúl se vio suspendida por órdenes de la junta militar. Suspensión que remitía a exclusivas razones de seguridad. En consecuencia, el fin de obra y llenado del lago artificial (programado  para el mes de octubre del mismo año) debió postergarse hasta  diciembre de 1983.
      Dos. Que previo al conflicto bélico aludido en Uno  y en virtud del inminente surgimiento de un espejo de agua de importante dimensión en la zona, se estaba registrando en San Agustín una moderada pero continua migración de sus pobladores, intensificándose hacia la primavera de 1983.
   Tres. Que no se hallaron actas labradas por personal de la comisaría de San Agustín en los archivos centrales de la Policía provincial, ya que el incendio que aconteció el 12 de julio de 1982 en esa dependencia destruyó íntegramente dicha seccional, perdiéndose, en consecuencia, todo registro de denuncias y exposiciones formuladas por los damnificados de rigor.
   Cuatro. Que la documentación que se adjunta al presente corpus y que refiere a las muertes dudosas y desaparición de las personas que a continuación se enumeran;  AGUIRRE, Anselmo Javier (Sacerdote, 51 años. Fallecido), CIDES, Laura Mariana (Ama de casa, 22 años. Fallecida), CIDES, Cristina Luz, (5 años. Fallecida), CIDES, Macarena Luz, (2 años. Fallecida), ESPECHE, Carlos Alberto (Docente, 42 años. Desaparecido), FULQUE, Mariano Ceferino (Obrero de Hidrosur, 23 años. Desaparecido), GONZÁLEZ, Lucio Antonio (Biólogo y docente, 41 años. Desaparecido) y SEGUEL, Oscar Francisco (Militar. Grado: Cabo, 22 años. Fallecido), pudo ser relevada gracias a los testimonios brindados por ex pobladores de San Agustín, quienes de manera directa dieron fe de lo acontecido en dicha localidad durante el período 1977-1983. Así mismo, sugiero evaluar la desaparición de la Sra. MÁRQUEZ, María Elvira (Docente, 39 años), como caso anexo a la lista de los ocho anteriores. Si bien la docente en cuestión fue secuestrada en la ciudad de Buenos Aires por un grupo de tareas perteneciente a la Armada, el contexto de su desaparición está estrechamente vinculado a su historia laboral y familiar (conyugue de Lucio González) en San Agustín.
   Cinco: Que vale a la legitimidad de la causa sumar el imponderable que remite al surgimiento de un lago artificial sobre lo que fuera el ejido urbano de San Agustín, como atenuante de la falta de acción e investigación antropológica en los lugares del hecho,requisito esencial para brindar el marco legal mínimo y necesario a las acusaciones pronunciadas. Ello a colación de la casi infructuosa tarea de recabar pruebas materiales que sustentaran la causa. De allí que las declaraciones obtenidas recientemente por los señores fiscales, gracias a los testimonios brindados por ex pobladores y residentes transitorios.
   Seis.  Que se da por aprobado el pedido de exploración submarina y boyado en las aguas del Dique Huancúl (en particular sobre el sector que fuera conocido como Vega Huancúl) a fin de corroborar la existencia de edificaciones que fueran utilizadas por el ejército argentino con fines no específicos para las funciones del Arma. Dicha exploración podrá iniciarse a partir del 02 de enero del año próximo y estará supervisada por las instituciones y ONGs que el Ministerio del Interior disponga, como también por personal de la Prefectura Naval Argentina.
  Siete  Que se restrinja a los medios masivos de comunicación el acceso a la zona de exploración. Esta medida no pretende coartar la libertad de prensa, sino resguardar la integridad de familiares de las víctimas y salvaguardar el secreto de sumario. Por ello, se recomienda tomar las medidas necesarias para que, mientras la causa permanezca abierta, no se registren ni se den a conocimiento público imágenes que podrían resultar ofensivas o perjudiciales a las partes de la causa. En consecuencia, recomiendo designar un vocero oficial y un secretario de Prensa ad hoc, a fin de regular el caudal informativo que de este acontecimiento surja.
                                                                                  Dr. Jorge Alberto Márquez

16. ALTER EGO

   Debieron transcurrir varios meses para que Mechi aceptara reencontrarse conmigo. Luego de la crisis que sufriera durante la última vez que nos vimos, no había sido fácil superar el caos que esa mujer había provocado en mi vida. Si bien es cierto que aquella mañana me tomó mucho tiempo calmar a una Mechi frenética y enceguecida por la cólera, mucho más me costó contactar a alguien de confianza para dar aviso de lo ocurrido y saber cómo proceder en consecuencia. El único número telefónico que mi instinto me llevó a seleccionar de su directorio fue el de un tal Dr. Feldmann.
   Ariel Feldmann era médico psiquiatra, y en lo que menos se interesó fue en saber quién estaba del otro lado de la línea y qué papel cumplía en la vida de su paciente. Sólo me indicó que tomara del botiquín del baño un envase plástico color caramelo y que le diera un comprimido, “los que tienen forma ovalada y una hendidura en el medio”. Pero no encontré el medicamento donde se suponía que debía estar. Di con ellos cuando me llevé por delante la mesita ratona del living. En el apuro por hallar los comprimidos no me percaté de ese obstáculo y dí de cabeza contra uno de los estantes del modular que tenía enfrente. De allí cayó un fanal aromático que no sólo guardaba lo que buscaba, sino también un porro, el cual ayudó a combatir mi estado de nerviosismo. Así, con un tajo en la ceja derecha, sangrando y con una inflamación que más tarde se impuso sobre mi ojo, inmovilicé a Mechi sobre la cama y la forcé para que tragara la medicación.
    “Suficiente para que duerma todo el día  -me había asegurado Feldmann- Usted ocúpese de que Mercedes tome la dosis que le indico y después, por favor, avísele a Camila”. Por supuesto que yo no sabía quién era Camila pero le agradecí la atención y me comprometí a comunicarme con él al día siguiente.
    No hice el llamado que me recomendó el médico. La habitación estaba hecha un desastre y mi cara aún más. Con Mechi inconsciente, despatarrada sobre sábanas manchadas de sangre y mi rostro ofreciendo un perfil para nada tranquilizador, mi versión de los hechos hubiese resultado poco creíble para cualquiera que hubiese irrumpido en ese momento. Por eso preferí esperar antes de llamar a la tal Camila. Primero procuraría dejar el ambiente en condiciones y después sí, llamaría a quien hiciera falta y, ya repuesto, brindaría las explicaciones de rigor. La mañana había resultado demasiado vertiginosa como para seguir actuando impulsivamente. Así que decidí seguir mi plan y no atender el teléfono ni el portero eléctrico mientras durara mi tarea.
  Con lo que no conté durante la recomposición del lugar fue con mi curiosidad por revisar la biblioteca. El mobiliario ocupaba una pared completa del living y los libros se ordenaban sobre gruesos estantes de madera. La mayoría de los títulos correspondían a temas vinculados a historia del arte y arquitectura. Otros respondían a fundamentos de equitación, arte culinario y  decoración ambiental. Pero lo más emocionante fue descubrir un ejemplar de La divina commedia (Illustrata da Gustavo Doré). Era una edición publicada por el mismo sello milanés que aquel viejo ejemplar que solía leer mi abuelo. Sorprenderme y querer tomarlo fue un único gesto que me llevó a apoderarme del libro. Pero cuando lo retiré quedó a la vista un abultado sobre, tipo papel maera. De todos modos, fuese cual fuese el motivo de ese ocultamiento, yo no tenía derecho a hurgar en propiedad ajena. No me correspondía ni era quién para espiar lo que allí se ocultaba. Bastantes inconvenientes me había traído el conocer a esta mujer como para arriesgarme a ir más allá de lo debido. Definitivamente, si no quería complicarme más de la cuenta, lo mejor era devolver al Dante a su lugar y terminar con mi trabajo.

   El sobre contenía fotografías y pequeños souvenirs de la infancia de Mechi; mechones de cabello, figuritas abrillantadas, una cadenita de oro, un diente de leche, un pequeño lápiz con marcas de mordiscos y otros objetos más. Pero sin duda que el mayor tesoro lo conformaban las fotografías, las cuales estaban protegidas por un envoltorio de nylon transparente. Serían en total alrededor de cuarenta copias de distinto formato, ordenadas cronológicamente y con fecha escrita en el anverso. En todas ellas aparecía Mechi, y quedaba claro que la saga hacía referencia a un acotado relato de vida. Los ojos y las líneas del rostro que componían el retrato de una niñita que mostraba apenas un par de dientes eran las mismas que se magnificaban en esa deslumbrante joven que vestía una diminuta bikini en una playa de la costa atlántica. Pero la mayor parte de la colección correspondía a la infancia de Mechi. Luego, de manera no tan lineal, se la veía de adolescente (tres o cuatro copias). Por último, no más de cinco o seis la mostraban ya de adulta.
    En un primer repaso noté que siempre estaban las mismas personas acompañándola en sus imágenes de infancia. Supuse que el hombre que se lucía en un par de ellas, de fusta y botas de montar, sería su padre, y que la niña de cabellos y ojos oscuros sería su hermana, la que mencionó Mechi como fallecida en su juventud. En cuanto al varoncito, que también compartía algunas copias, supuse que se trataría de un compañero de juegos o un vecino muy allegado a la familia. Los tres no tendrían más de cuatro o cinco años en la etapa inicial del archivo. En la primera de ellas se los veía montando, uno detrás del otro, sobre un caballo. En la siguiente, hamacándose en una plaza nevada. En otra, abrazados frente a una torta de cumpleaños. En otra, metidos en el río hasta las rodillas. En otra, corriendo detrás de un perrito. En otra, sentados sobre el césped y acariciando al mismo perrito de la foto anterior. Fotografías que tenían la particularidad de destacar a Mechi como portadora de la única carita feliz de ese trío.
    El contraste expresivo entre los tres era notable. Además de la luminosidad que potenciaban por sí mismos el cabello, el cutis y los ojos claros de Mechi, los niños que compartían esas imágenes no sonreían. De rostros inexpresivos y con los ojos fijos en el lente de la cámara, tanto su hermana como el varoncito no parecían estar felices por ser retratados. Incluso en las fotografías que la muestran en su adolescencia, ese mismo niño, ya de cuerpo atlético y de mirada mucho más inquietante que en las anteriores, tampoco sonríe o expresa alegría. Son sólo dos imágenes las que la toman en compañía del muchacho. En una están montando un alazán, y en la otra acompañan al padre de Mecha en lo que parece ser un cumpleaños o una fiesta importante.
  Pero hubo una copia que en principio desestimé por tratarse de una toma colectiva y que luego, al volver sobre ella, desató el colmo de mi conmoción. Una imagen que me desgarró emocional y anímicamente por lo que iría a revelarme a nivel de documento histórico. Una simple fotografía escolar venía ahora a despertar el saldo de mayor angustia que se refugiaba en mí. Se trataba de una clásica foto de egresados, de esas que suelen atesorarse con especial cariño en los álbumes familiares. Lo llamativo era que Mechi sólo conservara ésta, la del primario, y no la de su egreso como bachiller. Por lo que podía apreciarse, esa imagen había sido tomada desde el portón de acceso a la escuela, ubicando escalonadamente al grupo mixto de alumnos en tres filas: la primera, arrodillados sobre el parque; la segunda, sentados en largas bancas de madera; y la tercera, de pie. Pero como fondo de cuadro resaltaba la fachada del edificio escolar con el escudo nacional y, sobre relieve y en letras metálicas, el nombre del colegio: Escuela de Frontera Nº 9, San Agustín.

   Ajeno, inútil e imperceptible. Así podría definir lo que representó para mí la noción de tiempo en ese instante. Mientras captaba cada detalle de la fotografía, pude vivir la experiencia de lo que suele explicarse como una paradoja temporal. Sin mover un solo músculo, observando cómo una franja de luz solar se desplazaba desde un borde al otro de la fotografía, permanecí en un estado de latencia temporal que me marginó del mundo. Sentí transcurrir ese espacio de contemplación y estupor en una dimensión distante a mi conciencia de realidad. La luz que se filtraba por las rendijas de la persiana se posaba en el brazo izquierdo de la maestra y paseaba lentamente por los rostros de cada una de las niñas y de los niños de 7º A y 7º B, hasta tocar al otro extremo del grupo la figura de un maestro barbado y algo desalineado que también le sonreía a la cámara. Definitivamente era él. Era mi padre quien acompañaba a los egresados. Él estaba allí y yo aquí, sin saber bien en qué tiempo y en qué lugar declararme vivo, a pocos metros de la misma mujer que en la fotografía posaba a su lado (mucho más joven, menuda de cuerpo y con una inocencia en la expresión que actualmente no la acompañaba), tomada del brazo del mismo chico de mirada triste que compartía con ella otras imágenes.
   Tuve que ir por un vaso de agua y abrir las ventanas de la cocina. Me faltaba el aire y comenzaba a experimentar emociones contradictorias. De pronto tomaba conciencia del valor del hallazgo, de la relevancia que este documento tendría de aquí en más para mí. Por eso volví a la habitación de Mechi y revisé sus pertenencias. Por eso tomé su documento de identidad y anoté sus datos. Por eso creí que iba a golpearla hasta que reaccionara cuando entendí que era la hija del coronel Díaz Galván. Por eso no aguanté el llanto y volví tres veces más a su habitación. Pero no pasé más allá de zamarrearla. Me quedé observando cómo dormía abrazada a su vieja muñeca de trapo. Por eso guardé las fotos y los souvenirs en el sobre (menos la del grupo de egresados, la que conservé para mí) y lo devolví a su lugar original. Por eso puse las sábanas sucias en una bolsa de residuos. Por eso, y sin estar convencido de ello, copié en un papel los números telefónicos de Feldmann y de la tal Camila. Por eso fui a verla por última vez y la abrigué con una manta. Por eso no esperé el ascensor, bajé corriendo las escaleras, crucé hasta el jardín botánico y permanecí sentado sobre uno de las bancos del parque, observando la ventana de la habitación donde había pasado la noche. Así estuve. Así di fe de mi lugar en el mundo, temblando como cuando era chico y me escondía debajo de las frazadas para que la oscuridad no me devorara.

    Camila era psicóloga, pero desde hacía cinco años su relación con Mercedes Díaz Galván se había transformado en amistad. Si bien en un comienzo fue su terapeuta, luego de la derivación a Feldmann el contacto entre ambas se mantuvo y se transformó más en un vínculo afectivo que en una formal relación entre psicóloga y ex paciente.
    “Claro que no puedo evitar que de vez en cuando se me escape el ego analista y que interprete algunas de las confidencias que me hace Mercedes. Pero eso para mi alivio y para el de ella ocurre cada vez menos. Si la conocieras bien verías el infierno que guarda esa mina en el fondo. Aunque a decir verdad tengo que confesar que nunca pude llegar al punto neurálgico de su trauma. Por eso ahora está con Ariel, porque es un especialista muy reconocido en el ambiente y porque sé que va a tener éxito. Al margen de su profesionalidad es sobre todo un buen tipo. Y eso muchas veces es tan bueno o más que ser únicamente un buen psiquiatra”
   Luego de aquella pausa en el jardín botánico recorrí sin detenerme  las treinta y ocho cuadras que separaban el departamento de Mecha de mi casa. Tal era mi grado de abstracción que al cruzar la avenida Santa Fe, y lo mismo ocurrió en Rivadavia, estuve a punto de ser atropellado; primero por un motociclista y después por un taxi. Finalmente, cuando llegué, archivé la fotografía en la carpeta donde recogía documentación sobre mi padre y la dejé junto a las actuaciones que le llevaría al día siguiente a mis abogados. Me metí vestido bajó la ducha y permanecí así hasta que el agua caliente acabó por enfriarse. Después, acostado sobre la alfombra del living, apliqué hielo sobre la herida que me forzaba a mantener el ojo cerrado, reordené mentalmente la secuencia de lo vivido y cumplí con el llamado a Camila.
   Sin detalles que revelaran algún indicio de intimidad entre Mecha y yo, los cuales Camila supo deducir de entre las líneas de mi relato, hice un resumen de lo ocurrido. No obstante el tono de indiferencia que improvisé durante la charla telefónica, me dio la impresión de que la ex terapeuta de Mechi sospechaba que había algo más de lo que le estaba diciendo. Por eso me preguntó si yo tendría algún inconveniente en que nos reuniéramos en su consultorio.
    “Ahora no. Mañana al mediodía. Necesito que por favor  me amplíes el cuadro de crisis que afectó a Mercedes ¿Puede ser? No me gusta tratar este tema por teléfono”
    Camila era mucho más joven que Mechi pero carecía de sus atractivos. Estaba a la vista que el cuidado del cuerpo no era una prioridad en su vida, como tampoco lo eran los otros complementos estéticos femeninos que sí se destacaban en su amiga. Claro que ello no significaba que fuera una mujer descuidada en su persona. Que no se preocupara por lucir un cuerpo esbelto y tonificado no significaba que estuviera excedida de peso o abandonada al sedentarismo. Sencillamente odiaba la actividad física y prefería ocupar ese tiempo “en cosas más útiles y enriquecedoras para el espíritu, como pintar y aprender el arte del bonsai”.
    Camila mantenía el cabello prolijamente recogido en una cola de caballo y  daba a su rostro un austero toque de maquillaje. Pero era en la gravedad de su voz y en la profundidad de su mirada donde se concentraba todo su atractivo. Tenía una manera reposada y a la vez animada de sostener la conversación. Me pidió que abordáramos de lleno el asunto por el cual me había citado. Al margen de preguntarme por el golpe en el ojo, quería  saber qué había dicho su amiga mientras deliraba. Si hubo alguna evocación de su infancia, si hizo mención de alguna persona en especial o si mantuvo algún diálogo imaginario. Como analista, sabía que del traumático universo que enclaustraba el inconsciente de Mechi aflorarían algún día los fantasmas que tanto la torturaban. De allí que mostrara suma preocupación cuando le relaté el episodio de la muñeca. Nunca, mientras la trató profesionalmente, tuvo oportunidad de escuchar a Mechi hacer alusión a un juguete. Y menos aún, de todas las veces que se reunieron en su departamento, Mechi padeció de una crisis como la del día anterior. Es más, cuando su estado de salud derivó en la atención personalizada de Feldmann, jamás surgió como tópico conflictivo una muñeca. Obviamente le interesó mucho lo que le relaté pero se disculpó por no poder compartir conmigo sus apreciaciones. Había principios éticos que la privaban de agregar comentarios.
  “A propósito, ¿a qué se debe tanto interés por una mujer con la que te relacionaste ocasionalmente y a la que no te liga ningún lazo afectivo? Digo esto porque de a poco voy trazando una lectura muy interesante de lo sucedido. A ver, Lucio, si coincidís con mi razonamiento. Ustedes se conocieron hace muy poco, ¿no es así?. Se gustaron, se atrajeron y pasaron un buen momento, ¿sí?. Por supuesto, dejemos aparte el capítulo del desayuno. Eso es para trabajarlo en otro contexto. Pero a lo que voy es que vos no tenías ninguna obligación de actuar como lo hiciste cuando se pudrió todo. Mirá, yo trato de ubicarme desde tu perspectiva. Un tipo joven que conoce a una veterana que está buena, que lo cita en un bolichito que promete acción y que termina invitándolo a su casa para pasarla bien. ¿Me seguís?...O.k. Entonces, una vez terminada la historia, lo típico hubiese sido fugarte elegantemente mientras ella dormía, o bien quedarte a desayunar y arreglar un nuevo encuentro. Pero el interrogante que me surge en este momento es el siguiente: ¿Por qué no te fuiste cuando empezó a ponerse loca?... Otro en tu lugar hubiese hecho eso; mandar a esa histérica a la mierda y dejarla sola con sus mambos. De paso te venía bien como excusa para despegarte del asunto. Pero vos no. Vos te compadeciste de la loca y buscaste auxilio. La atendiste, dejaste el departamento impecable y te preocupaste por darme aviso. Por eso mismo, y dejando de lado lo que concierne al mundo de Mercedes, ¿qué fue lo que te llevó a actuar de esa manera? Hablame de lo que movilizó en vos la reacción de Mercedes. Decime qué dijo o qué viste en ella para sentirte de alguna manera comprometido a socorrerla ¿Fue porque te dio pena o hay algo más que quisieras contarme?”

    El algo más se convirtió en un monólogo cuyo eje giró en torno al relato de mi propia biografía y de lo poco que sabía de mis padres. Era la primera vez que le revelaba a una desconocida, a excepción del equipo legal que me representaba, pasajes tan íntimos y tan escabrosos de mi historia de vida, como las circunstancias de mi temprana y forzada orfandad.
  Sobre la desaparición de mi madre, supe por uno de los sobrevivientes del campo de concentración donde estuvo detenida y por lo que se dio a conocer en los medios cuál había sido su destino y dónde habían quedado ocultos sus restos. A pesar del odio, del resentimiento y de la impotencia que parece no irse nunca del corazón, al menos pude cerrar una parte de mi historia. Pero sobre la suerte corrida por mi padre, hasta hace un par de días lo único que tenía eran supuestos, pistas menores y alguna que otra hipótesis a reformular. En cambio ahora que había dado con esta fotografía, las posibilidades de acceder a una verdad que creía hundida para siempre bajo las aguas del lago Huancúl eran más que prometedoras. Puse énfasis al decir esto último, aún sabiendo lo que ello significaría para Mechi y el daño que le provocaría sacar a la luz las miserias de su pasado.
   Camila estaba conmovida por mi relato y también preocupada por las consecuencias que esa fotografía, como prueba de parte, podría depararle a su amiga. El hecho de tener que remitirse a recuerdos ingratos y hacerlos público no sólo la afectarían psicológicamente, sino que también repercutirían negativamente en sus relaciones sociales.
    “Además hay que tomar en cuenta la posibilidad de que su testimonio no aporte datos o pruebas que sean de consideración para la causa. No te olvides que ella era una adolescente en esa época y es poco probable que supiera algo de lo que ocurría…Bueno, el hecho de que sea hija de un militar no es garantía de que estuviera al corriente de lo que hacía su padre fuera de la ley. Estos tipos se cuidaban mucho de decir una palabra de más dentro de su entorno familiar. Por otro lado, no creo que en un pueblo como San Agustín haya habido tanta acción paramilitar como para llamar la atención de la gente, y menos de una chica como Mercedes…No, no me malinterpretes, por favor…Claro que una sola víctima es suficiente para llevar a juicio a quien le corresponda. Eso no se discute. Lo que quiero decir es que no creo que en un pueblito de esas características los milicos hayan hecho de las suyas. No lo creo porque hubiese llamado la atención de inmediato y hoy vos no estarías en esta situación de incertidumbre. De hecho, ¿no me dijiste que la primera vez que se llevaron a tu papá fue en la capital provincial, y cuando ocurre la segunda ya estaban viviendo los tres en Alto Valle?... Por eso te digo, Lucio, que no sé hasta qué punto puede ser útil el testimonio de Mercedes. Pero ya que estamos en el punto crucial de la discusión voy a contarte algo que no debería. Bueno, eso pensaba antes de que compartieras conmigo todo lo que me confiaste. Tiene que ver con el estado en que la encontré a Mercedes cuando llegué a su departamento. Estaba destruida física y mentalmente. Tuve que insistir mucho para que me abriera la puerta porque no me reconocía. Se desorientaba en su propia casa y por momentos era incoherente al expresarse. No registraba ningún detalle de lo que había sucedido en las últimas veinticuatro horas. Pero sí habló del hijo del profe. Se reía y me decía que había estado con ella jugando a las muñecas. Después se miraba en el espejo y llamaba a unas nenas. Las invitaba a jugar con la pepona. Les decía que no tuvieran miedo, que el papá no estaba y que la… Choli creo que dijo… no les iba a ladrar. Qué se yo. Todo muy fuera de mi control. Y te digo algo más, esto iba más allá de un simple efecto colateral por lo que había ingerido. Más bien eran síntomas de un cuadro psicótico grave. Por esa razón resolví pasar la noche con ella y llevarla por la mañana al centro de salud que dirige Ariel. Allí sabrán elaborar el diagnóstico que corresponda y verán qué tratamiento es el más adecuado para casos como éste ¿Entendés por qué tuve que hablarte de lo que pasó con Mercedes?... Ya sé que estás desesperado por reencontrarte con ella para que responda todas las preguntas que te dan vueltas por la cabeza. Creeme que entiendo tu ansiedad y tu bronca…Es lógico que hasta te sientas estafado por lo que pasó. Pero tenés que entender que la Mercedes que entró a la clínica esta mañana no está en condiciones de responder ningún interrogatorio. Y no lo está porque simplemente ésa Mercedes que vos necesitás escuchar no está disponible por ahora y no lo va a estar por un tiempo…Desde luego que podés entevistarte con Ariel. Y es más, deberías asistir a algunas entrevistas, (si es que aceptás, por supuesto) porque sos el único que estuvo presente cuando ella colapsó. Pero por ahora así están las cosas y vas a tener que tener paciencia…No te lo puedo asegurar pero tengo esperanzas de que se recupere. Es demasiado terca como para dejarse vencer por los fantasmas del pasado”

   

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