13. COMO CORRESPONDE
El del Choique fue distinto. Cuando falleció el viejo, Mariano pudo
despedirlo de cuerpo entero y compartir esa expresión de paz que lucía su
rostro con quienes venían a presentar el debido pésame. Además la madera del
ataúd estaba bien trabajada y se notaba que María Rosa se había encargado de
lustrarlo en todas sus formas. No cabía duda de que la del Choique fue una
auténtica y florida despedida. Decenas de ramos multicolores le dieron energía
al ambiente y levantaron el estado de ánimo de quienes se acercaban a verlo por
última vez. Incluso un par de paisanos desenfundaron sus guitarras y
completaron el cuadro con algún que otro detalle musical. Tristeza sí se sentía porque el Choique partía
hacia su pedacito de cielo. Pero no dolor, no sufrimiento, porque él era
incapaz de creer que la muerte tuviese que ver con la pasividad de un cuerpo que
terminaría pudriéndose bajo tierra.
En cambio el del padre Javier no. Ni siquiera se lo pudo velar en la
parroquia. Mariano no tuvo oportunidad de saber qué expresión había reservado
el cura para su gesto final, ya que había quedado poco y nada del cuerpo;
apenas restos de un cadáver renegrido y disecado por el fuego. Por eso en medio
del salón comunitario se exponía un cajón cerrado y de madera ordinaria, con un
crucifijo de pedestal junto a la cabecera. Flores no. La custodia militar
apostada en la puerta de acceso al salón tenía órdenes de no dejar ingresar a
ningún feligrés con ofrendas florales.
La agonía del padre Javier, consumiéndose en el corazón de un aro de
brasas mientras su cuerpo burbujeaba y estallaba en salpicaduras rojinegras,
provocó entre los testigos de su muerte una conmoción tal que la devoción
mística que cunde hoy entre sus fieles tuvo su acta fundacional aquella noche.
Quienes intentaron socorrerlo de las llamas juran y perjuran que su muerte fue
un acto divino. No gratuitamente el velo de agua que los bomberos arrojaban a
las llamas se evaporaba antes de hacer contacto con la hoguera. Como tampoco
fue casual que ni el cuellito blanco de sus hábitos ni el par de angelitos de
cerámica que le habían obsequiado terminaran formando parte del cúmulo de
cenizas que acabaron rodeándolo. Para la comunidad de San Agustín esa tragedia
era una señal que les enviaba el cielo y que ellos deberían comenzar a
interpretar a partir de esa terrible muerte. Y no faltó quien buscara en esa
fatalidad la supervivencia del finado en una imagen milagrosa que, según
relataban algunos testigos, se desprendió de aquellos despojos chamuscados y,
lentamente, de brazos abiertos y cubierto por un hábito blanco, como costándole
abandonar esa parte del mundo que también fuera suya, se alzó de entre los
restos ardientes y fugó hacia las alturas.
La tragedia del padre Javier hizo pasar casi desapercibido el suicidio
de un cabo del batallón. Sin embargo, a las autoridades militares les
inquietaba la relevancia que había cobrado la muerte de un cura, respecto de la
de un soldado del ejército argentino. Y más aún que se haya venerado la figura
del sacerdote como si fuera un santo milagroso. Pero no sólo la cúpula
castrense estaba incómoda y fastidiosa por las peregrinaciones que comenzaron a
sucederse de allí en más. También el interventor municipal y algunos
representantes de la comunidad se mostraban molestos por las ofrendas y cirios
que los devotos dejaban cada noche sobre los cimientos quemados de la capilla.
Ni hablar cuando la noticia trascendió los límites de San Agustín y fueron
sumándose semana a semana decenas de forasteros del culto al padre Javier. Por
eso las autoridades comunales y la comandancia del batallón solicitaron una
audiencia con el directorio de Hidrosur, a fin de conocer la fecha tentativa de
inicio del llenado de la represa.
Mercedes, que recién durante el receso universitario de invierno pudo
interiorizarse sobre las malas noticias acontecidas en San Agustín, no había
leído una sola mención de esas muertes en las cartas que le enviaba su padre.
Sólo cuando se reencontró con Mariano pudo configurar un completo panorama del
estado de situación que comenzaba a enrarecer la atmósfera que pesaba sobre el
pueblo, ya que ninguno de esos episodios se registraba en las líneas que le
remitía su padre desde San Agustín. En el par de páginas que Díaz Galván le
despachaba quincenalmente sólo había referencias a su rutina rural y a los proyectos
de expansión que tenía previstos iniciar en la provincia de Buenos Aires; referencias
que ya se tornaban lugares comunes para Mercedes y que no la conmovían en lo
más mínimo.
“ Mariano, vos podrías escribirme alguna vez, ¿no? Por lo menos para
contarme estas cosas que me decís ahora. Escribir sabés y tiempo no vas a decir
que te falta. Si no fuera porque me aparecí a la salida de tu trabajo no me
enteraba que estabas viviendo en el pueblo ¿Qué pasó que te fuiste del
galponcito del fondo? ¿Te echó esa yegua o te fuiste por tu propia cuenta?...
¡Ay, bueno, cuidado, no le toquen a su Laurita que se ofende!...Dale, decime
por qué te fuiste. Seguro que te echaron. O te mandaste alguna y se
pelearon…Entonces fue mi viejo. Algo le habrás hecho a su querida”
Era la primera vez que tenían sexo en un lugar que no fuera la casa
paterna de Mercedes o sobre una frazada en el campo, o en el galponcito del
fono. Ahora no había razón para alarmarse porque Díaz Galván los sorprendiera o
porque algún inoportuno los pusiera en evidencia. Esa vivienda pequeña de
ventanas rectangulares, con una cama angosta y con una mujer desnuda para él,
le pertenecía en toda su estrechez. Aunque no fuera propietario y no le
importara lo que sucediera más allá de esas cuatro paredes, y aunque no amase a
quien se le entregaba con desesperación y sin demandar nada a cambio, sabía que
ese minúsculo cuadradito del mundo era sólo para él.
“Sos un ingenuo. Creíste que ella siempre iba a tener un lugar en su
vida para vos y ya ves que no es así. Primero están sus hijas y la necesidad de
salir de este pueblo ¿Vos le vas a dar un futuro y la seguridad que le falta?
Mirá dónde estás. Pero mirate bien. Estás igual que cuando te vi la última vez
pero con domicilio propio. Y peor aún, con menos margen para resolver tu propia
vida ¿No te das cuenta de que el tiempo ya te pateó para un costado y te pasa
por arriba como quiere y cuantas veces quiere? A ver si de una vez por todas
reaccionás y empezás a poner lo que hay que poner arriba de la mesa. Dale, decime la verdad, ¿te peleaste o no te
peleaste con Laura?”
Al coronel le pareció bien que Mariano hubiese decidido ir a vivir solo.
Ya era casi un hombre y no encontraba justificativo para que siguiera ocupando
ese cuarto improvisado en el fondo de la casa. Además, no le gustaban algunas
conductas que venía adoptando el muchacho últimamente. Eso de irse cada dos por
tres a despilfarrar el sueldo al puterío de El Jote, andar tomando de más y
ponerle cara de perro a los que lo saludaban, lo preocupaba, y mucho. Como
tampoco lo dejaba tranquilo que anduviera cerca de Laura y de las mocositas
como si fuese un padre de familia. Bastante con haberle conseguido esa vacante
en la empresa y con que siguiera cuidándole los caballos. Ahí sí que no tenía
nada para reprocharle porque el instinto natural que tenía Mariano para
relacionarse con los animales era admirable. Pero ya era hora de que fuera
abriéndose camino por sí mismo y que supiera que él no siempre iba a estar a su
lado para darle una mano. De hecho, en unos días más debía viajar a La Plata para ajustar temas
vinculados al traslado de su tropilla. Él ya se lo había dicho a Mercedes, a su
socio y a Laura: no iba a esperar que largasen el agua para salir de allí.
A partir de la macabra muerte de la Choli , el coronel comenzó a sentirse mal por las
mañanas. Se despertaba de madrugada, agitado y con dolor de cabeza. Sentía como
que algo se estaba gestando bajo sus pies pero no podía definir la naturaleza
de ese presentimiento. Era como si una gran convulsión se estuviese conteniendo
bajo tierra. Tenía casi la certeza de que esto ocurriría muy pronto y él no
quería estar presente cuando sucediera. Podía oler la amenaza en el aire,
escucharla por las noches en un susurro ligerísimo que le llegaba justo en el
momento previo a conciliar el sueño. Y este malestar no tenía que ver con lo
que decían del cura o con aquellos maestros revoltosos. Tampoco con lo de
Seguel o con la insólita sequía y posterior desmadre del Huancúl. Esas eran
supercherías de ignorantes y él no estaba para creer en semejante estupidez. Lo
cierto era que ese malestar matutino lo llevó a adelantar los planes de
mudanza.
La tarde anterior a la que Mercedes fuera a esperarlo al portón de
entrada de la represa, Mariano había ido a preguntarle a Laura desde cuándo
sabía ella la noticia. Desde cuándo le ocultaba eso; que Díaz Galván se la
llevaba con él a La Plata.
Si había sido tan perra para engañarlo de esa manera, para
qué le seguía prometiendo que nunca lo abandonaría ¿Acaso ya olvido que ellos
se habían entregado el uno al otro y que él estuvo mucho más adentro de ella de
lo que nadie nunca va a poder estar? ¿Que él había dejado de ser “él” aquella
vez porque había quedado dentro suyo para siempre? Claro que sí, ella lo sabía,
y más de lo que él pudiera llegar a suponer. Aunque no lo advirtiera en el
temblor de su mirada cuando respiraban muy cerca uno del otro, o cuando él
posaba un brazo sobre sus hombros para que el mundo no le pesara tanto, Laura
volvía a revivirlo por dentro como aquella vez. Él nunca va a dejar de estar en
ella porque ambos laten en un único corazón que mira con otros ojos un mundo
nuevo; con esos ojitos azabache que ahora parecen alegrarse por la presencia
inesperada de Mariano. Ojitos inocentes. A lo mejor demasiado grandes,
luminosos y desproporcionados para su carita, pero desbordantes de vida. Pero no, él no debe saberlo todavía porque
ella teme por su seguridad. Ya llegará el momento oportuno cuando el agua cure
todo. Esperó tanto que no se va a arriesgar ahora que falta tan poco para que
esto termine. Cuando esté lejos y el pasado quede ahogado para siempre, podrán
empezar de nuevo y sin memoria de las penurias que tuvo que arrastrar en San
Agustín. Es tan fácil fugarse de la Patagonia. Existen
tantas ciudades en el norte y con tanta gente viviendo apretada, que va a ser
fácil escapar del viejo y fundar un mundo propio. Por eso Laura le pidió a Díaz
Galván por Mariano, para que lo tomaran en Hidrosur como personal de planta
permanente. Lo mejor que le podría pasar a Mariano en estos momentos era que la
represa se terminara antes de tiempo y que lo trasladen con el resto del
personal al nuevo destino de obra; “Creo que a Zárate o a Rosario -le había
dicho el viejo- Cuando por fin nos
vayamos de aquí, los caballos lo van a extrañar. Pero no le va a venir mal
conocer otros lugares, otra gente, civilizarse un poco. Se ha vuelto demasiado
cimarrón este muchacho”
A Mariano no le importaban las razones que exponía Laura ¿Que todo lo
que hacía era por su propio bien? “Sos tan cagadora y reputa como la otra, como
la Mecha. No ,
si no al pedo tienen la misma sangre” Que él ahora no la entiende pero que
después, cuando pase este momento feo y ella pueda contarle lo que ahora no
debe, va a ver que esto es una pesadilla que se puede olvidar. Que confíe en
ella, por favor. Que hay cosas que él todavía no sabe y que se las va a decir
en su momento. “¿Qué no voy a saber? Y ya te dije que no vuelvas a tocarme ¡Ni
mierda vuelvo a confiar en vos! ¡Nunca más! Ni aunque te estés muriendo con
esas guachitas en los brazos” Que cómo va a decir una cosa así. Cómo puede ser
tan bruto para pensar de esa manera. No sabe lo que está diciendo. No tiene la
menor idea de lo que acaba de decir “¿Ahora llorás? ¿Qué te pensás, que le voy
a creer a una porquería como vos? ¡Asco me das! ¡Asco me da tocarte! Y sí, es
lo mejor que podés hacer; irte con ese viejo del carajo. Vos, él y la reputa
reventada de tu hermanastra”
No por angosta y baja la cama iba a resultar un estorbo para complacer a
Mercedes. Al contrario, después de que ella se diera vuelta para “que me des
como a una yegua” y tomándola con rudeza de las caderas, Mariano pudo apoyar
sus pies en el suelo, uno a cada lado de la cama, y entrarle duro por detrás,
por donde ella le pedía que por favor no, que por ahí le iba a doler, que no
quería, que él se lo había prometido. Pero por ahí fue y quiso Mariano que
fuera; contra la blancura tierna de un cuerpo que se resistía a la aceleración
brutal de su miembro. Sólo pleno y profundo goce carnal. Avidez por sentir cómo
su verga era presionada cuanto más penetraba en la muchacha. Cuanto más buscaba
escapar del dolor, más la alzaba Mariano para dominarla y apretarla contra él.
Cuanto más gritaba y lloraba Mercedes, más explosiva era la penetración y más
animal el instinto que lo descontrolaba. Y así de lacerante, bestial e
inconsciente fue el empuje final, el que acabó retorciendo el cuerpo de
Mercedes contra la cabecera de la cama y con el derrame completo de Mariano en
la hondura más humillante que ninguna mujer hubiese aceptado vulnerar de esa
manera.
Mercedes se había prometido no volver a ver a Mariano. Haberle hecho lo
que le hizo y de la forma en que lo hizo, no tenía perdón. Haberla abandonado
entre el revoltijo de sábanas hediondas y bajo ese techo de mala muerte, era
típico de un salvaje como él. Dejarla tirada así, como un desperdicio. No, no
lo podía creer. Y con lo que le dolía el cuerpo; sobre todo ahí, donde la
costura del pantalón parecía abrirla en carne viva. Lo importante en estos
momentos era huir de esa pocilga, llegar a su casa y meterse bajo la ducha
caliente. Refugiarse en su cama antes de que la noche y la nieve por venir la
castigaran aún más. Después, sin demora, hablar con su padre, confesarle todo:
la cercana relación de afecto que venía sosteniendo con Mariano desde los
diecisiete años, obviando los capítulos concernientes a su intimidad sexual,
hasta el degradante engaño que terminaba de padecer.
Desde luego que el costo de revelar esa mediana verdad recaería en buena
medida sobre ella. Pero sin duda que Mariano se llevaría la peor parte. Total,
quién iba a reclamar por él si su padre, Sepúlveda o cualquier otro de
confianza se lo cruzaban una noche a la salida de El Jote o camino a su casa y
le daban su merecido. O algo más grave aún. Lo reventaban a golpes y lo hacían
meter preso por violador. O algo más drástico, como le escuchó decir una vez a
un camaradas de su padre respecto de la necesidad de terminar definitivamente
con esos…¿profesores burdos o procesados zurdos, había dicho? No recuerda con
claridad esa parte de la conversación porque el mismo Díaz Galván cerró la
puerta del living y ella debió ocultarse en la cocina. Pero le quedaba claro
que se trataba de algo más que de un severo y duro escarmiento. En definitiva,
quién iba a reclamar por él si ya no le quedaban familiares ni amigos en San
Agustín. El Choique y el cura habían pasado a mejor vida, y la Neno estaba borrada del mapa
¿Laura se preocuparía por él? Si aquella ya estaba con la cabeza en Buenos
Aires. No había un alma que se preocupara por una posible desaparición de
Mariano. Era lo menos que se merecía por haberla maltratado como lo hizo. No
quedaba otra que decírselo a su padre.
El frío del anochecer, más el ritmo que iba cobrando su andar a medida
que se aproximaba al centro del pueblo, fueron apaciguando el dolor físico en
Mercedes y devolviéndole la dimensión de realidad que su sentido común requería
para pensar con claridad. Entendía que esos volátiles y esporádicos copos de
nieve que el alumbrado público le dejaba ver compensarían su pena con un
amanecer blanquísimo. Las mañanas de invierno suelen pacificar los ánimos y
volver reflexivo a quien contempla ese primer momento del día.
¿Sería capaz de soportar las miradas insidiosas de los agustinenses e
ignorar los comentarios que circularían por el pueblo? ¿Cómo reaccionaría el
coronel Díaz Galván al conocer la verdad de los hechos? ¿Dudaría de la palabra
de su hija? ¿Confiaría en la fidelidad del relato o, por el contrario,
consideraría la posibilidad de que hubiese sido ella la provocadora de ese
lamentable episodio? Una vez, después
del festejo de su cumpleaños, su padre tuvo que llamarle la atención por
sobrepasarse en ciertas conductas desfachatadas, ya que no le gustó nada que
compartiera la misma monta con Mariano. Y no sólo por eso, sino por la forma en
que refregaba su espalda contra el pecho descubierto del muchacho.
Ante la posibilidad de un contraataque retórico por parte del coronel,
Mercedes comenzó a barajar la posibilidad de que Mariano hubiese sufrido un
ataque de demencia momentánea. Evaluó como posible que las bondades femeninas
de su cuerpo desnudo, más la gozosa
desmesura sexual del encuentro, hayan sido el detonante que ninguno de los dos
pretendía hacer estallar en un momento tan crítico como el que estaba
atravesando Mariano.
“A lo mejor estaba mal porque no sabía cómo procesar la muerte del cura
y del Choique. Y, bueno, se descontroló. Yo sé que él no es así. Estaba como
loco. Seguro que ahora debe andar emborrachándose en El Jote o reunido con
algún compañero, arrepintiéndose por lo que me hizo. Pobre, es tan indefenso y
está tan solo que a veces no sabe qué hacer con su alma. No sé si denunciarlo
en este momento. Mi viejo es capaz de cualquier cosa si se entera de lo que me
pasó. Por ahí sería prudente esperar un
poquito ¿Y si lo busco para que hablemos sobre lo ocurrido? Es mejor hablar
antes de actuar. Quién sabe si él también no me estará buscando para pedirme
perdón. Pero primero me baño y me arreglo un poco. Después le saco la camioneta a mi viejo y trato de encontrarlo.
Ahora, donde sí sé que no tengo que ir es a lo de Laura. Capaz que fue ella la
que le pudrió la cabeza ¿Cuántas veces la espié de noche para comprobar cómo se
dejaba dar vuelta en la cama? Igual de puta que su madre. No, igual no. La Neno era peor; se daba vuelta
sola y se dejaba hacer de todo para después conseguir lo que se le antojara. Mi
viejo piensa que yo no sé nada de toda esa porquería. Pero sí que sé porque yo los
vi. Yo misma leí los documentos archivados en su despacho. La guacha de Laura
habrá hecho lo mismo con Mariano. Le habrá dado el dulce para usarlo, para
esclavizarlo y basurearlo. Y después, como se dio cuenta de que no le servía
más que para la cama, le dio una patada en el culo y lo echó a la calle. Pobre
Mariano. Al final de cuentas es un torpe que se deja manosear por cualquier
infeliz. Yo no merezco lo que me hizo. Y que tenga por seguro que tarde o
temprano se lo voy a hacer pagar. Me lo va a tener que pagar. Pero ella también
tiene que pagar por todo lo que nos está haciendo sufrir. Esa bruja le está
quemando la cabeza y el corazón. Y claro, yo vengo a caerle en el peor momento,
cuando está más frágil e indefenso que nunca. Tengo que encontrarlo a como de
lugar. En el estado en que se encuentra a estas horas, es probable que quiera
cometer cualquier barbaridad. Pero antes me baño y me arreglo un poco. No
quiero que cuando me desnude me encuentre con la misma ropa interior. Pobre, es
tan bueno. No se merece que lo traten de esa manera.
14. GRACIA PLENA
El dedo pulsa el gatillo y el percutor de la pistola se libera. El
vástago de acero se hunde en la base de cobre del fulminante de la cápsula. Un
proyectil de nueve milímetros, marca FM, está alojado en la cápsula. La chispa
que brota del fulminante desata una explosión en el cúmulo de pólvora que se
comprime entre la base y la pieza de plomo. Por consiguiente, una reacción
química hace que el proyectil se separe de la cápsula a una velocidad superior
a la del sonido. Esa descompresión impulsa al proyectil por el interior
estriado del cañón. Por esa razón, antes de salir despedido por la boca de la
pistola, el proyectil alcanza a dar un
giro completo sobre su eje longitudinal. Ello se debe a la traza espiralada que
guardan las cinco estrías del cañón. De esa manera el proyectil toma un curso
lineal, preciso, balanceado en su vuelo, e impacta con éxito en el blanco
elegido por el ejecutor.
El recorrido que debe cumplir la pieza de plomo, desde que es expulsada
por el arma hasta que impacta en el blanco, no supera el medio metro. Entonces,
sin que todavía la mano se retrotraiga por efecto del disparo, la bala, girando
sobre su eje y cobrando alta temperatura, ha comenzado a penetrar el blanco.
Abre y quema una primera capa compuesta de pelos, epidermis y dermis. Abre,
fractura y perfora el hueso occipital. Desgarra la meninges y se introduce en
la masa encefálica. Allí, recién allí, brota la sangre y salpica la mano que empuña
la pistola. Pero el daño continúa y la ojiva metálica va más profundo, hasta
atravesar el cerebro, partir el paladar y hundirse finalmente en el cuerpo
carnoso de la lengua.
Es en ese momento donde Mariano siente la patada del disparo. Entonces refuerza
la tensión muscular del brazo para que
el arma no se le escape o le golpee la cara. Al mismo tiempo que su mano es
impulsada hacia atrás, Plata, un potrillo mal parido, ciego y de patas
atrofiadas, cae sin vida en la fosa que el coronel había mandado cavar.
Los ojos de Mecha, tan abiertos como los del potrillo sacrificado pero
mucho más encendidos, brillaban de fascinación por haber presenciado una muerte
forzada. Antes del disparo, pero sin dejar de observar ninguno de los pasos
previos a la ejecución, se había ubicado detrás de Mariano. Temía por la
detonación y por la impresión que podía llegar a darle la sangre. Pero nada de
ello ocurrió. El disparo sonó seco y breve, y el cuerpo del potrillo pareció
deshacerse sobre sí mismo. Cayó sobre el derrumbe de sus patas y como queriendo
ocultar la cabeza bajo el pecho.
“Yo, Mariano –le había dicho el coronel mientras le entregaba la Browning y el cargador-
siempre admiré la filosofía de vida espartana por ser austera, práctica e
inteligente. Por eso la he adoptado como modelo. Decime la verdad, ¿qué
posibilidades tiene ese potro para la vida que le espera?... Ninguna que
resulte digna. Siendo ciego, nunca va a poder valerse por sí mismo. Y de trotar
no hablemos porque las patas apenas lo sostienen. La naturaleza tiene su
fórmula: sobrevive el más fuerte, y éste animalito nació condenado. Por eso hay
que cortar por lo sano. Vos ya sabés cómo se usa esto. Llevala así como te la
entrego, cargador en el bolsillo y arma en la cintura. Por allá atrás, pasando
el molino chico, los muchachos hicieron un pozo. No quiero que la tropilla se
me ponga loca cuando vea que te lo llevás a Plata. Por eso hay que hacerlo
lejos. Serán animales pero se dan cuenta cuando la guadaña anda cerca…¿Qué
pasa, no te animás?...¿Pena? Pena debería darte dejarlo vivo. Hay que ser muy
insensible para condenar a ese infeliz a una vida miserable ¿Por qué hacerlo
sufrir durante vaya a saber cuánto tiempo más? El sacrificio es la solución más
limpia y sana. Hasta te diría que si el caballito pudiera hablar te lo
agradecería. Bueno, dale nomás. Y si no quiere arrancar llevátelo al Tinto o a
cualquier otro para que los siga. Que Plata esté enfermo no significa que sea
boludo. Los animales huelen la muerte. En eso son más despiertos que nosotros.
Y una última cosita más. Yo sé que vos le dijiste que no a Mecha y eso está muy
bien. Pero desde que el veterinario sugirió pasarlo a mejor vida no me deja de
fastidiar. Haceme un favor, llevala con vos a esta hincha pelotas, así se caga
bien en las patas y se deja de joder con querer ver estas cosas”
El caballito no quería separarse del Tinto, y el Tinto no quería dejarse
amarrar al álamo. A pesar del calor del mediodía, Mariano sentía el cuerpo frío
y las manos calientes. Le temblaban los brazos cuando arrastraba a Plata para
separarlo del alazán. Con cada tirón de cincha, al potrillo se le doblaban las
patas y daba con el hocico por tierra. Mecha decía que no insista, que el Tinto
se ponía nervioso, que le hacía mal ver sufrir al chiquito. Que le pegara un
tiro ahí mismo y que después lo arrastrara hasta la fosa.
“Total no ve nada. Da igual hacerlo allá que acá ¿No ves cómo se pone el
Tinto? Mirá, está como loco. A ver si nos pega una patada ¡Largalo al chiquito
y agarrá al Tinto antes de que se escape!…¿Viste?, se escapó ¿Y ahora que
hacemos? Andá a saber hasta dónde va. Mi viejo se va a recalentar si volvemos
sin el caballo”
Pero Mariano no quería que su Tinto presenciara lo que le iba a pasar a
Plata. O a lo mejor lo que no quería era que comenzara a reconocerlo a él como
verdugo. Así que, a los tirones y a los tumbos, con el potrillo relinchando y
sangrando entre los dientes, logró llevarlo hasta el borde de la fosa. Allí no
hizo falta empujarlo. Plata, como resignándose a lo que venía, dejó de relinchar,
se puso de pie y respondió con pasos cortos hasta bajar por donde debía.
Mariano no podía evitar los escalofríos. Se miraba la mano salpicada de
sangre y temblaba. El olor a pólvora quemada le hacía picar la nariz. Era eso
lo que le humedecía los ojos y lo hacía lagrimear. No “otra cosa” como pensaba
Mecha. Él, y a cuchillo limpio, había degollado muchísimos animales con anterioridad.
Entre chivos, chanchos y pollos, sumaban cientos los sacrificios hechos por
mano propia. Y si a eso le sumaba las veces que fue a cazar con el Choique o
con Díaz Galván, serían incontables los animales que pasó a mejor vida. Pero,
claro, siempre lo hizo con un fin alimenticio. Esta vez no se trató de un animal
menor, sino de un caballo. Y para colmo potrillo y discapacitado. De estar aún
con vida, el Choique hubiese dicho que esa no era razón para coartarle su
destino, ya que todo ser vivo debía cumplir con su misión en la Tierra. Incluso
los animales tienen un plan que respetar. A lo mejor la ceguera y la atrofia
que padecía Plata era una reparación que su espíritu debía respetar por malas
acciones pasadas ¿Quién era él para
irrumpir así en el destino de una vida?
- ¿Qué se siente? – le preguntó Mercedes rodeándolo con sus brazos por
el cuello.
-
Nada.
Un sacudón en el brazo y olor a quemado – Le respondió Mariano mientras seguía
observando al potrillo muerto.
-
No,
tonto. Te preguntó qué se siente por dentro ¿Emoción, miedo, culpa? -
-
Y…sentí…como
si no tuviera nada en el cuerpo. Así, como un vacío. Sí, nada. Eso sentí -
-
Entonces,
ni culpa ni miedo. Como si aquí no hubiese pasado nada -
-
….
–
-
¡Ché!,
a vos te estoy hablando ¿Nada sentiste?...¿Ni un poco de lástima o miedo?
-
…
-
-
¡Uy,
mirá! Se está moviendo... Está moviendo la lengua. Y todavía le sale sangre por
la boca…Se sigue moviendo… ¿Lo ves? -
-
…
-
-
¿Me
dejás probar? Por las dudas, digo –
-
…
-
-Probar a mí con la
pistola. Tirarle un tiro para que no siga sufriendo, pobrecito. ¿Me dejás? –
-
Eso
es porque se está terminando de apagar y porque la lengua es blanda. Si tu papá
se entera de que tocaste un arma me caga a palos –
Mercedes dejó de abrazar a Mariano. Borró
la sonrisa que hasta ese momento mantenía y le apuntó con su dedo índice.
-
Vos
todavía me debés una. Y esto que te pido es una mínima parte de lo mucho que
hace falta que me devuelvas para que no le cuente nada a mi viejo ¿Eso lo tenés
claro, verdad? Entonces, si yo te digo que éste todavía se mueve es porque es así. Decime cómo se
hace –
-
Te
va a hacer mal. Después vas a soñar feo a la noche. Si querés te dejo tirarle a
una paleta del molino. Pero uno sólo porque sino tu papá se calienta conmigo.
Va a decir que le ando gastando las balas –
-
Al
final vos sos un insensible de porquería ¿No te das cuenta que el animalito
sufre, que hay que darle el tiro de gracia? –
El hecho de que Mercedes calificara como “de gracia” el disparo de
remate sobre el potrillo provocó en Mariano una carcajada que acabó por
enfurecerla y llevarla a cambiar pedido por orden. La ignorancia de Mariano
respecto de expresiones de ése tipo la desquiciaban. Y más aún cuando el
desconocimiento del muchacho hacía que esos términos la hicieran ver como una
ridícula, como una desubicada. Por eso el empujón contra la anchura de su
pecho, la mirada de hembra furiosa y la ira recargada en cada una de las
palabras que salieron de su boca.
-
¡Bastardo
de mierda y muerto de hambre! ¿Quién sos vos para decirme qué es bueno o malo?
¿Vos, justo vos vas a enseñarme lo que puede pudrirme la cabeza por las noches?
Si sos un animal ignorante. Una basura que si no hubiese sido por mi viejo
estaría hace años pudriéndose con esas dos putas que te recogieron de andá a
saber dónde…¡Y cuidado con levantarme la mano, infeliz! Ni se te ocurra porque
te tengo agarrado de las pelotas. La vez pasada estuve así, mirá, así de cerca
de pedirle a mi viejo que te mandara a Sepúlveda para que te atendiera como ya
sabés. Así que, tené mucho cuidado con lo que vas a hacer o a decir de aquí en
más..¿Escuchaste bien, no? A partir de hoy te metés bien el orgullo en el culo
y me tratás bien…Vos ya no sos dueño ni de tu voluntad. Tu voluntad soy yo
¿Entendiste?...Y grabate bien la imagen de este gesto que te repito: así
estuve, pero así de cerquita de mandarte al frente ¿Te quedó claro o necesitás
una explicación más minuciosa de lo que te estoy insinuando…Bien, así me gusta.
Y ahora me decís como hago para cargar y disparar. Dale, apurate que el
caballito está sufriendo y tenemos que ir a buscar al Tinto –
Desde el borde de la fosa y con Mariano sosteniéndola de los antebrazos
por detrás, le resultó incómodo disparar. Por eso los dos primeros impactos no
dieron en el blanco. El primero rozó la nariz del potrillo, y el segundo se
hundió en la tierra, sobre el cogote del animal. Por eso, furiosa e insultando
entre dientes, bajó para estar a centímetros del cadáver y no fallar. Esta vez,
y antes de que Mariano le arrebatara el arma, alcanzó a gatillar tres veces.
Más fascinada que antes, Mercedes no quitaba la vista de las perforaciones que
sus disparos habían formado en el cráneo del caballo. No le reprochó a Mariano
que la despojara de la
Browning , porque estaba absolutamente desenfocada de lo que
acontecía fuera de esa representación de la muerte. Repasaba con gran
excitación cada uno de los orificios que se dejaban ver en la cabeza de Plata.
Finalmente había sido ella, y no Mariano en su primer intento, quien acabó con
el sufrimiento de ese cuerpo arruinado. Ella fue la que supo advertir el estado
de agonía que pesaba sobre el animal y la que tomó la decisión de volver a
dispararle. Se sentía satisfecha, orgullosa de saberse misericordiosa. Como que
a partir del último impacto el cielo podía flotar mucho más limpio y sano sobre
la humanidad.
A pesar de que el olor a pólvora perduraba en la estrechez de la fosa,
como también las moscas que revoloteaban sobre el cadáver, su desprecio hacia
Mariano fue atenuándose. Contrariamente a lo que supuso el muchacho, Mercedes
salió de la fosa totalmente repuesta e íntegra. No podía evitar que su mente
proyectara hacia el futuro la experiencia que acababa de vivir. Estaba
convencida de que a partir de allí sería capaz de ayudar a quien se lo
propusiera o necesitara de su altruismo. Hasta podría hacer un mundo mejor si
quisiera. Incluso a quienes habían sido crueles e injustos con ella les cabía
una posibilidad de redimirse. La
Neno y Laura, por ejemplo, y También Amancay y su madre; a
quienes Mercedes consideraba culpables de todos los males que ella tuvo que
sufrir, merecían tener una nueva oportunidad.
Mercedes tenía muy en cuenta las faltas, involuntarias o no, que
acreditaban sus deudoras para con ella. Por la promiscuidad de la Neno se separaron sus padres.
Por ceder a una calentura perdida, Amancay abandonó a Mariano cuando era bebé.
Por falso orgullo y egoísmo, más que por querer aparearse con un proveedor de
cuarta, su madre la abandonó días antes de su sexto cumpleaños. Cómo no
entender, pues, el rencor que ardía en su corazón y el penar que a consecuencia
de lo tramado por esas mujeres arrastraban quienes habían sido sus víctimas:
por lo menos el rencor y la pena que solían manifestar los “hombres de su vida”
cuando despotricaban contra las de su mismo género. “Yeguas, perras, putas,
reventadas y atorrantas”, eran los improperios de mayor salida a la hora de
insultarlas. Cuántas veces escuchó a su padre, a su abuelo, a sus amigos
porteños y a los pares masculinos de todos ellos descalificar a las mujeres con
palabras de ese tipo. En estado de sobriedad y en público, sus hombres las
ensuciaban verbalmente con un toque de ácida sutileza. Y con unas copas de más,
las demonizaban y crucificaban sin miramientos.
Pero ahora que reflexionaba sobre ello se daba cuenta de que no a todos
los hombres con los que tuvo trato cercano les cabía el calificativo de
misóginos. El profesor González, Mariano o el padre Javier siempre valoraron
por igual a hombres y a mujeres. Hasta el estúpido de Mauricio sabía conservar
un marcado respeto por el rol femenino en la sociedad. Pero sin duda que Lucio
González era el que mayor admiración le merecía. Tanto en el aula como fuera de
ella, el Profe llevaba a la práctica diaria el estado de respeto e igualdad
entre las personas. Le agradaba sobremanera cuando su maestro llamaba “mi
compañera” a la señorita Elvira, ya que esa forma de evocarla le parecía más justa que “mi mujer” o “mi esposa”. Le
sonaba como a quien junto a su par se revelaba cómplice de la vida, como a
compinche en las buenas y en las malas.
“La explicación es muy sencilla
–le dijo el profe a la clase mientras se sentaba sobre su escritorio-
Significa nada más ni nada menos que compartir el pan. Y al decir pan no me
detengo sólo en el bocado que nos llevamos a la boca. Claro que también es eso,
pero no termina ahí. Es la satisfacción de procurarse de a dos el alimento
diario. Es conocer las penas y las alegrías de quien está a tu lado. Es
edificar proyectos y confiar en que todo se puede. De ahí la importancia de
considerar a tu pareja, a tu amiga o amigo, compañera o compañero”
Recuerda que una vez, cuando estaba cursando el último año de la
primaria, lo acompañó a Mariano hasta la casa de la señorita Elvira porque
debía llevarle un par de pollos que le había comprado al Choique. Al llegar, le
sorprendió ver a la seño leyendo el diario en el jardín y al Profe colgando de
la cuerda la ropa que él mismo había lavado en el piletón. Esa imagen fue mucho
más elocuente que las enseñanzas que recibió en sus clases del secundario. Por
eso se entristeció cuando supo que a su maestro le habían iniciado un sumario
por hablar a favor de Evita, de la Pasionaria y de la justicia social. Lo que no
entendía Mercedes era porqué el Profe se había marchado de San Agustín sin
despedirse de sus alumnos y de Elvira. Aunque la seño insistía en que se lo
habían llevado por la fuerza. Que ella no tenía pruebas pero que igual sabía
porque al otro maestro, a Espeche, le había ocurrido lo mismo.
A los pocos días de la desaparición de Lucio González, la señorita
Elvira cayó en un estado de alteración extrema. Iba y venía de lo del cura
Javier varias veces por día, lo mismo que de la casa de Raquel, la esposa del
profesor Espeche. Hasta había pedido dinero prestado para viajar a la capital
provincial, a Bahía Blanca y a Buenos Aires. Buscaba pistas, respuestas, datos
que le permitieran llegar hasta su compañero. Pero los resultados fueron
negativos. No lograba dar con el más insignificante de los indicios. A medida
que transcurrían las semanas la investigación parecía estar cayendo en saco
roto. Los días padecían de oscuridad, de sordera y de ceguera, y las noches
eran eternas, plagadas de fantasmas y de sonidos aterradores. Elvira se
alimentaba de sobras frías y dormía poco. Había descuidado mucho su trabajo y
acumulaba demasiadas faltas en el colegio. Para colmo, las náuseas matinales
del embarazo que no pudo anunciarle a Lucio y la falta de apetito la estaban
deteriorando físicamente. Pero era inútil golpear la puerta de su casa para
saber cómo se encontraba de salud o si necesitaba algo. Más allá de la compañía
del cura o de Raquel, no aceptaba hablar con nadie. Cuando Mercedes la cruzó en
la plaza para preguntarle si sabía cuándo volvería el Profe, la seño Elvira
estuvo a punto de insultarla. Se sintió atacada al notar la mezcla de odio y
terror que hervía en la mirada de la
maestra. Percibió la misma repulsión que
en algún momento supo advertir en los ojos de su madre y en los de la la Neno. Por eso a partir
de ese día no se atrevió a dirigirle la
palabra. Como tampoco volvió a mencionar su nombre ni el del profe González
ante su padre.
“Ese es un asunto que a vos no te incumbe
–le dijo el coronel alzando la voz- Esa
gente no es la que queremos para formar a nuestra juventud. Si desapareció,
mejor para todos. Por algo se habrá ido. Y si su mujer anda tan loca será
porque el tipo no era trigo limpio y la dejó por cosas mejores…¿Pero qué estás
diciendo? ¿Quién te anda metiendo esas cosas en la cabeza? ¿A vos te parece que
el ejército, con todo lo que tiene que hacer en los tiempos que corren, se va a
andar preocupando por un maestrito delirante? Haceme el favor, Mecha, no digas
disparates… ¿Quién te dijo esa barbaridad?...¿Quién es Sandra?... ¿La hija del
imprentero? Dejámelo a mí nomás a ese perejil, que ya lo voy
a corregir también”
Mercedes no había advertido que junto al álamo donde quisieron amarrar
al Tinto había una bolsa de cal y dos palas. Mariano, a medida que espolvoreaba
el cuerpo del potrillo, le dio a entender para qué era la cal. Aunque en esos
casos él prefería las bondades del fuego. No había nada mejor que las llamas
para reducir a cenizas lo que potencialmente podría ser un hediondo foco de
infección. Pero el coronel había sido terminante con esa directiva y no
permitía improvisaciones.
“No, qué fuego ni ceniza. Salvo que te mandes una tremenda hoguera, siempre
queda algo del cadáver sin quemar. Yo siempre les tiro cal. Es más barato y
mejor que la leña. Y después tierra”
A Mercedes la cautivó ver el relieve blanqueado del cuerpo de Plata.
Parecía que un moldeado de pureza le hacía honor al nombre que ese potrillo
había llevado en vida. Consideró justo que ese miserable animal, que resistió
su ejecución y que luego descendió hasta su propia tumba con tanta entereza,
fuera despedido de esa forma, como amortajado en polvo y ocultando la raquítica
anatomía que la cal ayudaba a disimular. En casos como este, donde la vida
había sido tan cruel con un inocente, Mercedes acordaba con quienes pensaban
que la muerte era la mejor salida para dejar de sufrir. Y ella, gracias a su
decisión, había colaborado con aliviar ese sufrimiento. Claro que en esta
oportunidad se trató de un animal, pero al fin y al cabo no dejaba de ser una
vida tan valiosa como cualquier otra. Era la primera vez que Mecha veía
trabajar a la muerte frente a sus ojos. Y más aún a través de su propia mano.
Se enorgullecía de su coraje, de haberse animado a darle paz a un ser tan
desamparado por la naturaleza. Ese sacrificio la reconfortaba espiritualmente y
la hacía sentir una nueva persona; más optimista, más llena de vida y con ganas
de llevarse al mundo por delante. Le hubiese gustado que Mariano compartiera
ese nivel de plenitud que la colmaba. Pero su compañero estaba lejos de
alcanzar el estado de gracia que su ser comenzaba a experimentar. Comparado al
grado de exaltación que mostraba la muchacha, la tristeza de Mariano resultaba
nefasta para intentar cualquier comunión entre ambos. Así como ella progresaba
en excitación, él sucumbía en depresión y se dejaba vencer por la culpa. Es que
no era necesario haber cumplido al pie de la letra las órdenes del coronel.
Engañarlo hubiese sido sencillo. Y seguro que Mercedes hubiese guardado el
secreto si él se lo pedía. Pudo haber ido más allá del molino, liberar al
potrillo y cubrir la fosa con tierra. Sin duda que Plata hubiese vagado hacia
el este, hacia la estepa, hasta desfallecer. Pero hubiese cumplido con su
destino sin que nadie se arrogara la voluntad de jugar a Dios. En cambio él,
ahora sumaba otra sombra a su alma y eso lo alejaba cada vez más de la promesa
que le había hecho al Choique. Ya no sólo le habría paso a la violencia y al
alcohol en su vida, sino que la perversidad y la cobardía iban tallando
pacientemente el perfil de su nueva y oscura personalidad.
“¿Sabés de qué tengo ganas? -le preguntó Mercedes mientras ascendían a
paso lento por una pequeña meseta - De
que vengas a Buenos Aires conmigo...¿Por qué no? Vos mismo me dijiste que este
era probablemente el último verano que le quedaba a San Agustín. Que para
octubre o noviembre del año que viene largan el agua…Si se lo pido a mi viejo,
sí. Seguro que te lleva de capataz…Claro, no querés porque va a estar la otra.
¿Sabés que sos un pobre tipo, Mariano? ¿No te da vergüenza ser así?...Pero no,
pensándolo bien, tenés razón. Lo mejor que te puede pasar es que Laura se vaya
lejos de acá. Y vos también. Bien lejos los dos. Pero lejos uno del otro. A
veces pienso (y de verdad te digo esto, con una mano en el corazón) si tiene
sentido que Laura tenga que seguir soportando una vida tan vergonzosa y
humillante, sin posibilidades de nada ¿Vos no pensás nunca en eso?...Yo sí. Y
también fantaseo al preguntarme qué hubiese sido de nuestras vidas sin ella y la Neno …Sí, es probable que vos
y yo no nos hubiésemos conocido. Pero imaginate que sí, que de todas maneras
nuestras vidas se hubiesen cruzado. A lo mejor mis viejos estarían juntos
todavía y vos no serías el tipo amargado que sos. Pero, bueno, hoy estoy bien
de ánimo y lo único que deseo es que todos puedan ser tan felices como yo. Y me
gustaría que en especial vos, Laura, mi vieja y la Neno pudieran compartir esta
sensación…De verdad te lo digo. Ya sé que es imposible y que no me creés. Pero
por lo menos a vos y a Laura los puedo ayudar. Mejor dicho, ayudándote a vos
los puedo hacer felices a los dos….Como ella nunca lo fue, vos tampoco podés
serlo. Entonces creo,¡ bah!, estoy casi segura, de que tu suerte podría cambiar
si te sacrificaras por ella. Pero necesitás de mí para decidirte…No, todavía
no. Eso tenemos que discutirlo con tranquilidad. Vos tenés que confiar en mí y
vas a ver cómo se soluciona todo. Eso sí, vas a tener que ser valiente y
decidido. Así como lo fue Plata hace un rato ¿Viste cómo aceptó su suerte? Ya
no sufre más. Fue sólo cuestión de un segundo. Bueno, así de fácil puede
cambiar el destino de una persona. Y no hace falta ser Dios para hacer lo que
se debe hacer. Solamente confiar en uno mismo y hacer el bien. Eso es lo que
importa: hacer el bien ¿Acaso yo no lo hice con Plata? Y me dolió apretar el
gatillo ¿Qué te creés, que soy una insensible? Pero lo hice, y punto. Así deberíamos
actuar todos; con decisión, que es lo que a vos justamente te falta. Por eso yo
no te abandono, porque sé que por algo la vida nos cruzó. Y tené la seguridad
de que ya estoy cerca de saber el motivo de este interrogante. Si no, por qué
habría de sentirme tan feliz después de lo que tuve que hacer ¿Ves?, esa es una
señal. Y vos seguramente escondés otra que no querés dar a conocer. Pero yo te
voy a ayudar igual. Por algo la vida ofrece oportunidades, ¿no?”
15. LETRA FIEL
Ciudad de Buenos Aires, 10 de diciembre de
2008 Expdte. Nº 00-40001574 / 07.
Conforme a las actuaciones de forma que la documentación adjunta al
presente expediente refiere, cabe destacar que las investigaciones efectuadas
por el equipo de peritos del Ministerio del Interior, llevadas a cabo in situ: represa San Agustín, Lago
Huancúl y Alto San Agustín, dan como resultado el siguiente informe:
Uno. Que entre los meses de abril y agosto de 1982, y debido al
conflicto bélico desatado entre la República Argentina
y el Reino Unido, la construcción de la represa sobre el río Huancúl se vio
suspendida por órdenes de la junta militar. Suspensión que remitía a exclusivas
razones de seguridad. En consecuencia, el fin de obra y llenado del lago
artificial (programado para el mes de
octubre del mismo año) debió postergarse hasta
diciembre de 1983.
Dos. Que previo al conflicto
bélico aludido en Uno y en virtud del
inminente surgimiento de un espejo de agua de importante dimensión en la zona,
se estaba registrando en San Agustín una moderada pero continua migración de
sus pobladores, intensificándose hacia la primavera de 1983.
Tres. Que no se hallaron actas labradas por personal de la comisaría
de San Agustín en los archivos centrales de la Policía provincial, ya que
el incendio que aconteció el 12 de julio de 1982 en esa dependencia destruyó
íntegramente dicha seccional, perdiéndose, en consecuencia, todo registro de
denuncias y exposiciones formuladas por los damnificados de rigor.
Cuatro. Que la documentación que se
adjunta al presente corpus y que refiere a las muertes dudosas y desaparición
de las personas que a continuación se enumeran;
AGUIRRE, Anselmo Javier (Sacerdote, 51 años. Fallecido), CIDES, Laura
Mariana (Ama de casa, 22 años. Fallecida), CIDES, Cristina Luz, (5 años.
Fallecida), CIDES, Macarena Luz, (2 años. Fallecida), ESPECHE, Carlos Alberto
(Docente, 42 años. Desaparecido), FULQUE, Mariano Ceferino (Obrero de Hidrosur,
23 años. Desaparecido), GONZÁLEZ, Lucio Antonio (Biólogo y docente, 41 años.
Desaparecido) y SEGUEL, Oscar Francisco (Militar. Grado: Cabo, 22 años.
Fallecido), pudo ser relevada gracias a los testimonios brindados por ex
pobladores de San Agustín, quienes de manera directa dieron fe de lo acontecido
en dicha localidad durante el período 1977-1983. Así mismo, sugiero evaluar la
desaparición de la Sra.
MÁRQUEZ , María Elvira (Docente, 39 años), como caso anexo a
la lista de los ocho anteriores. Si bien la docente en cuestión fue secuestrada
en la ciudad de Buenos Aires por un grupo de tareas perteneciente a la Armada , el contexto de su
desaparición está estrechamente vinculado a su historia laboral y familiar
(conyugue de Lucio González) en San Agustín.
Cinco: Que vale a la legitimidad de la
causa sumar el imponderable que remite al surgimiento de un lago artificial
sobre lo que fuera el ejido urbano de San Agustín, como atenuante de la falta
de acción e investigación antropológica en los lugares del hecho,requisito
esencial para brindar el marco legal mínimo y necesario a las acusaciones
pronunciadas. Ello a colación de la casi infructuosa tarea de recabar pruebas
materiales que sustentaran la causa. De allí que las declaraciones obtenidas
recientemente por los señores fiscales, gracias a los testimonios brindados por
ex pobladores y residentes transitorios.
Seis. Que se da por
aprobado el pedido de exploración submarina y boyado en las aguas del Dique
Huancúl (en particular sobre el sector que fuera conocido como Vega Huancúl) a
fin de corroborar la existencia de edificaciones que fueran utilizadas por el
ejército argentino con fines no específicos para las funciones del Arma. Dicha
exploración podrá iniciarse a partir del 02 de enero del año próximo y estará
supervisada por las instituciones y ONGs que el Ministerio del Interior
disponga, como también por personal de la Prefectura Naval
Argentina.
Siete Que se restrinja a los medios masivos de
comunicación el acceso a la zona de exploración. Esta medida no pretende
coartar la libertad de prensa, sino resguardar la integridad de familiares de
las víctimas y salvaguardar el secreto de sumario. Por ello, se recomienda
tomar las medidas necesarias para que, mientras la causa permanezca abierta, no
se registren ni se den a conocimiento público imágenes que podrían resultar
ofensivas o perjudiciales a las partes de la causa. En consecuencia, recomiendo
designar un vocero oficial y un secretario de Prensa ad hoc, a fin de regular el caudal informativo que de este
acontecimiento surja.
Dr. Jorge Alberto Márquez
16. ALTER EGO
Debieron transcurrir varios meses para que Mechi aceptara reencontrarse
conmigo. Luego de la crisis que sufriera durante la última vez que nos vimos, no
había sido fácil superar el caos que esa mujer había provocado en mi vida. Si
bien es cierto que aquella mañana me tomó mucho tiempo calmar a una Mechi
frenética y enceguecida por la cólera, mucho más me costó contactar a alguien
de confianza para dar aviso de lo ocurrido y saber cómo proceder en
consecuencia. El único número telefónico que mi instinto me llevó a seleccionar
de su directorio fue el de un tal Dr. Feldmann.
Ariel Feldmann era médico psiquiatra, y en lo
que menos se interesó fue en saber quién estaba del otro lado de la línea y qué
papel cumplía en la vida de su paciente. Sólo me indicó que tomara del botiquín
del baño un envase plástico color caramelo y que le diera un comprimido, “los
que tienen forma ovalada y una hendidura en el medio”. Pero no encontré el
medicamento donde se suponía que debía estar. Di con ellos cuando me llevé por
delante la mesita ratona del living. En el apuro por hallar los comprimidos no
me percaté de ese obstáculo y dí de cabeza contra uno de los estantes del modular
que tenía enfrente. De allí cayó un fanal aromático que no sólo guardaba lo que
buscaba, sino también un porro, el cual ayudó a combatir mi estado de
nerviosismo. Así, con un tajo en la ceja derecha, sangrando y con una
inflamación que más tarde se impuso sobre mi ojo, inmovilicé a Mechi sobre la
cama y la forcé para que tragara la medicación.
“Suficiente para que duerma todo
el día -me había asegurado Feldmann-
Usted ocúpese de que Mercedes tome la dosis que le indico y después, por favor,
avísele a Camila”. Por supuesto que yo no sabía quién era Camila pero le
agradecí la atención y me comprometí a comunicarme con él al día siguiente.
No hice el llamado que me recomendó el médico. La habitación estaba
hecha un desastre y mi cara aún más. Con Mechi inconsciente, despatarrada sobre
sábanas manchadas de sangre y mi rostro ofreciendo un perfil para nada
tranquilizador, mi versión de los hechos hubiese resultado poco creíble para
cualquiera que hubiese irrumpido en ese momento. Por eso preferí esperar antes
de llamar a la tal Camila. Primero procuraría dejar el ambiente en condiciones
y después sí, llamaría a quien hiciera falta y, ya repuesto, brindaría las
explicaciones de rigor. La mañana había resultado demasiado vertiginosa como
para seguir actuando impulsivamente. Así que decidí seguir mi plan y no atender
el teléfono ni el portero eléctrico mientras durara mi tarea.
Con lo que no conté durante la recomposición del lugar fue con mi
curiosidad por revisar la biblioteca. El mobiliario ocupaba una pared completa
del living y los libros se ordenaban sobre gruesos estantes de madera. La
mayoría de los títulos correspondían a temas vinculados a historia del arte y
arquitectura. Otros respondían a fundamentos de equitación, arte culinario
y decoración ambiental. Pero lo más emocionante fue descubrir
un ejemplar de La divina commedia (Illustrata da Gustavo Doré). Era una
edición publicada por el mismo sello
milanés que aquel viejo ejemplar que solía leer mi abuelo. Sorprenderme y
querer tomarlo fue un único gesto que me llevó a apoderarme del libro. Pero
cuando lo retiré quedó a la vista un abultado sobre, tipo papel maera. De todos
modos, fuese cual fuese el motivo de ese ocultamiento, yo no tenía derecho a
hurgar en propiedad ajena. No me correspondía ni era quién para espiar lo que
allí se ocultaba. Bastantes inconvenientes me había traído el conocer a esta
mujer como para arriesgarme a ir más allá de lo debido. Definitivamente, si no
quería complicarme más de la cuenta, lo mejor era devolver al Dante a su lugar
y terminar con mi trabajo.
El sobre contenía fotografías y pequeños souvenirs de la infancia de
Mechi; mechones de cabello, figuritas abrillantadas, una cadenita de oro, un
diente de leche, un pequeño lápiz con marcas de mordiscos y otros objetos más.
Pero sin duda que el mayor tesoro lo conformaban las fotografías, las cuales
estaban protegidas por un envoltorio de nylon transparente. Serían en total
alrededor de cuarenta copias de distinto formato, ordenadas cronológicamente y
con fecha escrita en el anverso. En todas ellas aparecía Mechi, y quedaba claro
que la saga hacía referencia a un acotado relato de vida. Los ojos y las líneas
del rostro que componían el retrato de una niñita que mostraba apenas un par de
dientes eran las mismas que se magnificaban en esa deslumbrante joven que
vestía una diminuta bikini en una playa de la costa atlántica. Pero la mayor
parte de la colección correspondía a la infancia de Mechi. Luego, de manera no
tan lineal, se la veía de adolescente (tres o cuatro copias). Por último, no
más de cinco o seis la mostraban ya de adulta.
En un primer repaso noté que siempre estaban las mismas personas
acompañándola en sus imágenes de infancia. Supuse que el hombre que se lucía en
un par de ellas, de fusta y botas de montar, sería su padre, y que la niña de
cabellos y ojos oscuros sería su hermana, la que mencionó Mechi como fallecida
en su juventud. En cuanto al varoncito, que también compartía algunas copias,
supuse que se trataría de un compañero de juegos o un vecino muy allegado a la
familia. Los tres no tendrían más de cuatro o cinco años en la etapa inicial
del archivo. En la primera de ellas se los veía montando, uno detrás del otro,
sobre un caballo. En la siguiente, hamacándose en una plaza nevada. En otra,
abrazados frente a una torta de cumpleaños. En otra, metidos en el río hasta
las rodillas. En otra, corriendo detrás de un perrito. En otra, sentados sobre
el césped y acariciando al mismo perrito de la foto anterior. Fotografías que
tenían la particularidad de destacar a Mechi como portadora de la única carita
feliz de ese trío.
El contraste expresivo entre los tres era notable. Además de la
luminosidad que potenciaban por sí mismos el cabello, el cutis y los ojos
claros de Mechi, los niños que compartían esas imágenes no sonreían. De rostros
inexpresivos y con los ojos fijos en el lente de la cámara, tanto su hermana
como el varoncito no parecían estar felices por ser retratados. Incluso en las
fotografías que la muestran en su adolescencia, ese mismo niño, ya de cuerpo
atlético y de mirada mucho más inquietante que en las anteriores, tampoco
sonríe o expresa alegría. Son sólo dos imágenes las que la toman en compañía
del muchacho. En una están montando un alazán, y en la otra acompañan al padre
de Mecha en lo que parece ser un cumpleaños o una fiesta importante.
Pero hubo una copia que en principio desestimé por tratarse de una toma
colectiva y que luego, al volver sobre ella, desató el colmo de mi conmoción.
Una imagen que me desgarró emocional y anímicamente por lo que iría a revelarme
a nivel de documento histórico. Una simple fotografía escolar venía ahora a
despertar el saldo de mayor angustia que se refugiaba en mí. Se trataba de una
clásica foto de egresados, de esas que suelen atesorarse con especial cariño en
los álbumes familiares. Lo llamativo era que Mechi sólo conservara ésta, la del
primario, y no la de su egreso como bachiller. Por lo que podía apreciarse, esa
imagen había sido tomada desde el portón de acceso a la escuela, ubicando escalonadamente
al grupo mixto de alumnos en tres filas: la primera, arrodillados sobre el
parque; la segunda, sentados en largas bancas de madera; y la tercera, de pie.
Pero como fondo de cuadro resaltaba la fachada del edificio escolar con el
escudo nacional y, sobre relieve y en letras metálicas, el nombre del colegio:
Escuela de Frontera Nº 9, San Agustín.
Ajeno, inútil e imperceptible. Así podría definir lo que representó para
mí la noción de tiempo en ese instante. Mientras captaba cada detalle de la
fotografía, pude vivir la experiencia de lo que suele explicarse como una
paradoja temporal. Sin mover un solo músculo, observando cómo una franja de luz
solar se desplazaba desde un borde al otro de la fotografía, permanecí en un
estado de latencia temporal que me marginó del mundo. Sentí transcurrir ese
espacio de contemplación y estupor en una dimensión distante a mi conciencia de
realidad. La luz que se filtraba por las rendijas de la persiana se posaba en
el brazo izquierdo de la maestra y paseaba lentamente por los rostros de cada
una de las niñas y de los niños de 7º A y 7º B, hasta tocar al otro extremo del
grupo la figura de un maestro barbado y algo desalineado que también le sonreía
a la cámara. Definitivamente era él. Era mi padre quien acompañaba a los
egresados. Él estaba allí y yo aquí, sin saber bien en qué tiempo y en qué
lugar declararme vivo, a pocos metros de la misma mujer que en la fotografía
posaba a su lado (mucho más joven, menuda de cuerpo y con una inocencia en la
expresión que actualmente no la acompañaba), tomada del brazo del mismo chico
de mirada triste que compartía con ella otras imágenes.
Tuve que ir por un vaso de agua y abrir las ventanas de la cocina. Me
faltaba el aire y comenzaba a experimentar emociones contradictorias. De pronto
tomaba conciencia del valor del hallazgo, de la relevancia que este documento tendría
de aquí en más para mí. Por eso volví a la habitación de Mechi y revisé sus
pertenencias. Por eso tomé su documento de identidad y anoté sus datos. Por eso
creí que iba a golpearla hasta que reaccionara cuando entendí que era la hija
del coronel Díaz Galván. Por eso no aguanté el llanto y volví tres veces más a
su habitación. Pero no pasé más allá de zamarrearla. Me quedé observando cómo
dormía abrazada a su vieja muñeca de trapo. Por eso guardé las fotos y los souvenirs en el sobre (menos la del
grupo de egresados, la que conservé para mí) y lo devolví a su lugar original.
Por eso puse las sábanas sucias en una bolsa de residuos. Por eso, y sin estar
convencido de ello, copié en un papel los números telefónicos de Feldmann y de
la tal Camila. Por eso fui a verla por última vez y la abrigué con una manta.
Por eso no esperé el ascensor, bajé corriendo las escaleras, crucé hasta el
jardín botánico y permanecí sentado sobre uno de las bancos del parque,
observando la ventana de la habitación donde había pasado la noche. Así estuve.
Así di fe de mi lugar en el mundo, temblando como cuando era chico y me
escondía debajo de las frazadas para que la oscuridad no me devorara.
Camila era psicóloga, pero desde hacía cinco años su relación con
Mercedes Díaz Galván se había transformado en amistad. Si bien en un comienzo
fue su terapeuta, luego de la derivación a Feldmann el contacto entre ambas se
mantuvo y se transformó más en un vínculo afectivo que en una formal relación
entre psicóloga y ex paciente.
“Claro que no puedo evitar que de vez en cuando se me escape el ego
analista y que interprete algunas de las confidencias que me hace Mercedes.
Pero eso para mi alivio y para el de ella ocurre cada vez menos. Si la
conocieras bien verías el infierno que guarda esa mina en el fondo. Aunque a
decir verdad tengo que confesar que nunca pude llegar al punto neurálgico de su
trauma. Por eso ahora está con Ariel, porque es un especialista muy reconocido
en el ambiente y porque sé que va a tener éxito. Al margen de su
profesionalidad es sobre todo un buen tipo. Y eso muchas veces es tan bueno o
más que ser únicamente un buen psiquiatra”
Luego de aquella pausa en el jardín botánico recorrí sin detenerme las treinta y ocho cuadras que separaban el
departamento de Mecha de mi casa. Tal era mi grado de abstracción que al cruzar
la avenida Santa Fe, y lo mismo ocurrió en Rivadavia, estuve a punto de ser
atropellado; primero por un motociclista y después por un taxi. Finalmente, cuando
llegué, archivé la fotografía en la carpeta donde recogía documentación sobre
mi padre y la dejé junto a las actuaciones que le llevaría al día siguiente a
mis abogados. Me metí vestido bajó la ducha y permanecí así hasta que el agua
caliente acabó por enfriarse. Después, acostado sobre la alfombra del living,
apliqué hielo sobre la herida que me forzaba a mantener el ojo cerrado,
reordené mentalmente la secuencia de lo vivido y cumplí con el llamado a
Camila.
Sin detalles que revelaran algún indicio de intimidad entre Mecha y yo,
los cuales Camila supo deducir de entre las líneas de mi relato, hice un
resumen de lo ocurrido. No obstante el tono de indiferencia que improvisé
durante la charla telefónica, me dio la impresión de que la ex terapeuta de
Mechi sospechaba que había algo más de lo que le estaba diciendo. Por eso me
preguntó si yo tendría algún inconveniente en que nos reuniéramos en su
consultorio.
“Ahora no. Mañana al mediodía. Necesito que por favor me amplíes el cuadro de crisis que afectó a
Mercedes ¿Puede ser? No me gusta tratar este tema por teléfono”
Camila era mucho más joven que Mechi pero carecía de sus atractivos.
Estaba a la vista que el cuidado del cuerpo no era una prioridad en su vida,
como tampoco lo eran los otros complementos estéticos femeninos que sí se
destacaban en su amiga. Claro que ello no significaba que fuera una mujer
descuidada en su persona. Que no se preocupara por lucir un cuerpo esbelto y
tonificado no significaba que estuviera excedida de peso o abandonada al
sedentarismo. Sencillamente odiaba la actividad física y prefería ocupar ese
tiempo “en cosas más útiles y enriquecedoras para el espíritu, como pintar y
aprender el arte del bonsai”.
Camila mantenía el cabello
prolijamente recogido en una cola de caballo y
daba a su rostro un austero toque de maquillaje. Pero era en la gravedad
de su voz y en la profundidad de su mirada donde se concentraba todo su
atractivo. Tenía una manera reposada y a la vez animada de sostener la
conversación. Me pidió que abordáramos de lleno el asunto por el cual me había
citado. Al margen de preguntarme por el golpe en el ojo, quería saber qué había dicho su amiga mientras
deliraba. Si hubo alguna evocación de su infancia, si hizo mención de alguna
persona en especial o si mantuvo algún diálogo imaginario. Como analista, sabía
que del traumático universo que enclaustraba el inconsciente de Mechi
aflorarían algún día los fantasmas que tanto la torturaban. De allí que
mostrara suma preocupación cuando le relaté el episodio de la muñeca. Nunca,
mientras la trató profesionalmente, tuvo oportunidad de escuchar a Mechi hacer
alusión a un juguete. Y menos aún, de todas las veces que se reunieron en su
departamento, Mechi padeció de una crisis como la del día anterior. Es más,
cuando su estado de salud derivó en la atención personalizada de Feldmann,
jamás surgió como tópico conflictivo una muñeca. Obviamente le interesó mucho
lo que le relaté pero se disculpó por no poder compartir conmigo sus
apreciaciones. Había principios éticos que la privaban de agregar comentarios.
“A propósito, ¿a qué se debe tanto interés por una mujer con la que te
relacionaste ocasionalmente y a la que no te liga ningún lazo afectivo? Digo esto
porque de a poco voy trazando una lectura muy interesante de lo sucedido. A
ver, Lucio, si coincidís con mi razonamiento. Ustedes se conocieron hace muy
poco, ¿no es así?. Se gustaron, se atrajeron y pasaron un buen momento, ¿sí?. Por supuesto, dejemos aparte el
capítulo del desayuno. Eso es para trabajarlo en otro contexto. Pero a lo que
voy es que vos no tenías ninguna obligación de actuar como lo hiciste cuando se
pudrió todo. Mirá, yo trato de ubicarme desde tu perspectiva. Un tipo joven que
conoce a una veterana que está buena, que lo cita en un bolichito que promete
acción y que termina invitándolo a su casa para pasarla bien. ¿Me seguís?...O.k.
Entonces, una vez terminada la historia, lo típico hubiese sido fugarte
elegantemente mientras ella dormía, o bien quedarte a desayunar y arreglar un
nuevo encuentro. Pero el interrogante que me surge en este momento es el
siguiente: ¿Por qué no te fuiste cuando empezó a ponerse loca?... Otro en tu
lugar hubiese hecho eso; mandar a esa histérica a la mierda y dejarla sola con
sus mambos. De paso te venía bien como excusa para despegarte del asunto. Pero
vos no. Vos te compadeciste de la loca y buscaste auxilio. La atendiste,
dejaste el departamento impecable y te preocupaste por darme aviso. Por eso
mismo, y dejando de lado lo que concierne al mundo de Mercedes, ¿qué fue lo que
te llevó a actuar de esa manera? Hablame de lo que movilizó en vos la reacción
de Mercedes. Decime qué dijo o qué viste en ella para sentirte de alguna manera
comprometido a socorrerla ¿Fue porque te dio pena o hay algo más que quisieras
contarme?”
El algo más se convirtió en un monólogo cuyo eje giró en torno al relato
de mi propia biografía y de lo poco que sabía de mis padres. Era la primera vez
que le revelaba a una desconocida, a excepción del equipo legal que me
representaba, pasajes tan íntimos y tan escabrosos de mi historia de vida, como
las circunstancias de mi temprana y forzada orfandad.
Sobre la desaparición de mi madre, supe por uno de los sobrevivientes
del campo de concentración donde estuvo detenida y por lo que se dio a conocer
en los medios cuál había sido su destino y dónde habían quedado ocultos sus
restos. A pesar del odio, del resentimiento y de la impotencia que parece no
irse nunca del corazón, al menos pude cerrar una parte de mi historia. Pero
sobre la suerte corrida por mi padre, hasta hace un par de días lo único que
tenía eran supuestos, pistas menores y alguna que otra hipótesis a reformular.
En cambio ahora que había dado con esta fotografía, las posibilidades de
acceder a una verdad que creía hundida para siempre bajo las aguas del lago
Huancúl eran más que prometedoras. Puse énfasis al decir esto último, aún
sabiendo lo que ello significaría para Mechi y el daño que le provocaría sacar
a la luz las miserias de su pasado.
Camila estaba conmovida por mi relato y también preocupada por las
consecuencias que esa fotografía, como prueba de parte, podría depararle a su
amiga. El hecho de tener que remitirse a recuerdos ingratos y hacerlos público
no sólo la afectarían psicológicamente, sino que también repercutirían
negativamente en sus relaciones sociales.
“Además hay que tomar en cuenta la posibilidad de que su testimonio no
aporte datos o pruebas que sean de consideración para la causa. No te olvides
que ella era una adolescente en esa época y es poco probable que supiera algo
de lo que ocurría…Bueno, el hecho de que sea hija de un militar no es garantía
de que estuviera al corriente de lo que hacía su padre fuera de la ley. Estos
tipos se cuidaban mucho de decir una palabra de más dentro de su entorno
familiar. Por otro lado, no creo que en un pueblo como San Agustín haya habido
tanta acción paramilitar como para llamar la atención de la gente, y menos de
una chica como Mercedes…No, no me malinterpretes, por favor…Claro que una sola
víctima es suficiente para llevar a juicio a quien le corresponda. Eso no se
discute. Lo que quiero decir es que no creo que en un pueblito de esas
características los milicos hayan hecho de las suyas. No lo creo porque hubiese
llamado la atención de inmediato y hoy vos no estarías en esta situación de
incertidumbre. De hecho, ¿no me dijiste que la primera vez que se llevaron a tu
papá fue en la capital provincial, y cuando ocurre la segunda ya estaban
viviendo los tres en Alto Valle?... Por eso te digo, Lucio, que no sé hasta qué
punto puede ser útil el testimonio de Mercedes. Pero ya que estamos en el punto
crucial de la discusión voy a contarte algo que no debería. Bueno, eso pensaba
antes de que compartieras conmigo todo lo que me confiaste. Tiene que ver con
el estado en que la encontré a Mercedes cuando llegué a su departamento. Estaba
destruida física y mentalmente. Tuve que insistir mucho para que me abriera la
puerta porque no me reconocía. Se desorientaba en su propia casa y por momentos
era incoherente al expresarse. No registraba ningún detalle de lo que había
sucedido en las últimas veinticuatro horas. Pero sí habló del hijo del profe.
Se reía y me decía que había estado con ella jugando a las muñecas. Después se
miraba en el espejo y llamaba a unas nenas. Las invitaba a jugar con la pepona.
Les decía que no tuvieran miedo, que el papá no estaba y que la… Choli creo que
dijo… no les iba a ladrar. Qué se yo. Todo muy fuera de mi control. Y te digo
algo más, esto iba más allá de un simple efecto colateral por lo que había
ingerido. Más bien eran síntomas de un cuadro psicótico grave. Por esa razón
resolví pasar la noche con ella y llevarla por la mañana al centro de salud que
dirige Ariel. Allí sabrán elaborar el diagnóstico que corresponda y verán qué
tratamiento es el más adecuado para casos como éste ¿Entendés por qué tuve que
hablarte de lo que pasó con Mercedes?... Ya sé que estás desesperado por
reencontrarte con ella para que responda todas las preguntas que te dan vueltas
por la cabeza. Creeme que entiendo tu ansiedad y tu bronca…Es lógico que hasta
te sientas estafado por lo que pasó. Pero tenés que entender que la Mercedes que entró a la
clínica esta mañana no está en condiciones de responder ningún interrogatorio.
Y no lo está porque simplemente ésa Mercedes que vos necesitás escuchar no está
disponible por ahora y no lo va a estar por un tiempo…Desde luego que podés
entevistarte con Ariel. Y es más, deberías asistir a algunas entrevistas, (si
es que aceptás, por supuesto) porque sos el único que estuvo presente cuando
ella colapsó. Pero por ahora así están las cosas y vas a tener que tener
paciencia…No te lo puedo asegurar pero tengo esperanzas de que se recupere. Es
demasiado terca como para dejarse vencer por los fantasmas del pasado”
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