miércoles, 12 de septiembre de 2012


3. AMAZONAS (I)

     El volumen I de El Arte de la equitación estaba abierto en la página 42 y apoyado sobre la mesa ratona, junto a un cuaderno y un mate recién cebado.
    (…) No basta el rigor de la práctica o la buena destreza física para que jinete y caballo coordinen sus movimientos con precisión. Entre el despliegue muscular del equino y el acompañamiento corporal de quien lo monta, existe un lenguaje unívoco, una lectura de la naturaleza que sólo un espíritu sensible puede interpretar y llevar a la práctica con eficacia. El estado de comunión entre las partes: llámese jinete o amazona quien hace las veces de dominador de este arte, debe florecer del mismo espíritu bipartito de quienes componen tan excelsa pareja hípica.
   Mercedes se detuvo en determinados detalles que componían la fotografía que acompañaba al texto. Pero ni las botas lustrosas ni la chaqueta de terciopelo de quien montaba podían compararse con la perfección anatómica que desplegaba el caballo en el salto. En ese desafío conjunto a la fuerza de gravedad, los glúteos del jinete evitaban tomar contacto con la montura, posición que suponía una doble suspensión del hombre en este caso: una sobre el lomo del animal y otra sobre la valla olímpica. Para Mercedes sobraban los detalles de imagen o los fundamentos teóricos que exponía el autor para transmitir lo que estaba sintiendo ése jinete al momento de ser fotografiado.
   La vez que su padre le dijo que se tuviera confianza y que intentara idéntica destreza con el Tinto, creyó que ese brevísimo estado de ingravidez, el que contenía el punto más alto del salto, perduraría por siempre. Que el potro mantendría sus patas extendidas hasta que ella se lo pidiera. Deseaba que el vértigo y el ardor que punzaban su vientre no la abandonaran nunca. La falta de sustento que consigo le brindaba el salto, más la sensual conmoción que le provocaba el cuerpo del animal lanzado entre sus piernas, volvería a abordarla poco tiempo después en su debut sexual con Mariano.
   Le bastaba recorrer con las yemas de los dedos los bordes de la fotografía para que la piel comenzara a erizársele en las piernas y cobrar temperatura. Así dejó que el extremo redondeado del brazo del sillón calzara justo en la parte más necesitada de su cuerpo. Se inclinó hasta apoyar las manos en la mesita y ayudó a que el ritmo de su excitación marcara un vaivén sostenido contra el extremo del apoyabrazos. La propia imagen que le ofrecía el espejo de la sala la sorprendió al principio. No se reconoció al verse tan expuesta a una ceremonia corporal que, hasta ahora, siempre había sucedido sin testigos y en la intimidad de su mundo femenino.  Le gustó lo que veía reflejado de sí misma y se entregó aún más al placer que le brindaba la dureza del sillón. Quería sentirse “bien yegua”, como escuchó una vez que le pedía su padre a quien prefiere no nombrar, cuando la tenía boca abajo en la cama y solo con el corpiño puesto. Mercedes se buscó otra vez en el recuadro enmarcado del espejo y volvió a extrañarse, pero esta vez con pavor. No se identificaba con el rostro que permanecía inmóvil frente a sus ojos en relación a la sacudida que asumía el resto de su cuerpo. La abertura de su boca sí, las mejillas acaloradas sí, el arco de las cejas forzando una leve arruga en la frente sí, el cabello lacio y rubio sí, pero los ojos no. Los ojos no claros y de mirada fija contra los suyos, no asumiendo una actitud hostil o de reproche, sino interrogándola por algo que ella misma temía definir como culpa o desamparo. Apartó la vista del espejo y se puso de pie, casi avergonzada, casi arrepentida de haberse dejado llevar por sus instintos frente a ella misma, frente a la que seguía clavándole la mirada a pesar de haberse retirado del espejo.
   Todavía agitada, todavía sonrosada en el cuello y en la cara, todavía húmeda por lo bajo, cerró el libro, subió hasta su cuarto y se refugió entre los almohadones de la cama. Bien sabía Mercedes desde cuándo esos ojos venían irrumpiendo en su vida. Recordaba aquella ventosa noche en la que su madre la condenó a la soledad de la casa. La imagen de la Señora aplicándole doble vuelta de llave a la puerta principal, y ella, sin dejar de llorar, derrumbándose contra la pared y abrazada a la muñeca pepona que Laurita había dejado caer cuando la echaron, fue uno de los gestos maternos que más aborreció en su vida. Sin embargo, a pesar del desprecio y del rencor que sentía ahora por Laura, Mercedes aún conservaba la muñeca. No recordaba cuándo se había desprendido uno de los botones azules que la Neno le había cosido, uno a cada lado de la nariz, a su juguete de trapo. Por lo demás, la pepona estaba intacta, clavada de una de sus  manos contra la pared y debajo del poster de los Bee Gees.
    La noche que la Choli se puso a ladrar como una loca y ella se acercó a la habitación de su padre para apartarla con el pie y ordenarle a media voz que cerrara el hocico  (para escuchar primero y entreabrir la puerta después, para intentar reconocer ese chasquido que provenía del golpeteo de los sexos y ver la mano de su padre apagando los…¿gritos o gemidos?...del cuerpo que acompasaba el empuje desde abajo),  la pepona ya ocupaba un lugar entre sus objetos más preciados.

   “Observalo a Mariano cómo se deja llevar, cómo mantiene derechita la espalda y se hace liviano en el trote. El Tinto será todo lo potro que quieras pero es un señor purasangre. Si vos te hacés amiga del animal, si dejás que tu cuerpo vaya a favor del trote, todo va a resultar más fácil y natural. Mirá qué bien lo talonea para que apure la vuelta por detrás del álamo. Así, ¿ves? ¡Mucho Marianito, mucho! Dale una vuelta al molino para que se recupere. Hacelo pasar por el bebedero y después traelo para que Mercedes pruebe otra vez”
   Pero a ella, con sus diecisiete años bien asumidos y en plena efervescencia hormonal, ya no le interesaba montar por su cuenta. Prefería y esperaba con ansias que la clase de equitación terminara lo antes posible para que su padre la compensara con una hora de cabalgata libre. Entonces bastaba una palmada en las ancas del Tinto y el “Dale, subí” para que Mariano montara detrás de ella y tomara las riendas por debajo de sus brazos. Recién allí, apretada contra el cuerpo del muchacho, podía sentir lo que su padre le pedía y todavía más; el temblor intenso del lomo del caballo y la contención masculina en derredor.
   Mercedes gozaba de las vibraciones que consigo traía la experiencia de la libertad. Gozaba de la aceleración que le imprimía Mariano al Tinto cuando pasaban entre las alamedas o cuando descendían la última colina para llegar al río. Gozaba al apoyar su espalda contra el torso desnudo de su compañero. Hasta el maridaje de sudores que entrecruzaban caballo y hombre la complacía, como también el impacto del sol cordillerano en la piel, el viento tibio y la fragancia a frutas que despedían los campos ribereños.  La hora de cabalgata libre la elevaba espiritualmente sobre toda convención material que pudiese arrojarle el mundo. Nada era más etéreo que su cuerpo en esos días de equitación. Mercedes cerraba los ojos y jugaba a desencarnar de sí misma. A medida que lo hacía, el paisaje ganaba en imágenes como un mapa vivo que iba ampliándose conforme su alma se elevaba sobre la cabalgadura. Así veía cómo el trío que conformaba junto a Mariano y el Tinto se iba transformando en un puntito canela que se desplazaba lentamente junto a un hilo de agua azulado. Más atrás quedaba la casa sometida a un efecto de zoom ampliatorio. En seguida la verdosa cuadrícula rural, el camino sinuoso hacia el oeste, las bardas, el puente, San Agustín y luego el marco cordillerano reduciéndose de manera vertiginosa con ella todavía allí, desplazándose microscópicamente sobre la corteza terrestre. Pero al mismo tiempo percibiéndose como testigo de sí misma, como evadida de su cuerpo, como espiándose desde la infinitud  de un silencio absoluto, el que sólo se dejaba revelar por el latido calmo de un corazón apenas vivo. Entonces, lentamente, abría los ojos y volvía a descubrirse felizmente mortal, montada sobre un alazán que resoplaba acalorado y a punto de ser amarrado a la sombra de un sauce que mojaba las puntas de sus ramas en las aguas del río Huancúl.

   Hace unos meses, durante una clase de historia, el profe González les habló sobre las amazonas: una comunidad de mujeres que habitaba en una isla de algún mar lejano y que manejaba con total destreza tanto armas como caballos. Mercedes no recordaba si era un dato histórico fehaciente o si se trataba de un relato mitológico, pero le entusiasmaba saber que en algún tiempo y en algún lugar existió una organización político-social exclusivamente femenina y con pleno poder de decisión respecto de sus actos. Pero también recuerda que a raíz del tema abordado y del inesperado debate áulico que surgió del mismo en relación al rol de la mujer en la lucha de clases, el profesor trajo a colación las figuras de Eva Perón y Dolores Ibárruri, La Pasionaria. Por supuesto que al finalizar la jornada el episodio no demoró en trascender el ámbito institucional y enmarañarse hasta la exageración en cada uno de los hogares de San Agustín. De allí que el profesor Lucio González fuera citado al día siguiente por el consejo directivo del colegio e interpelado conjuntamente por el rector, por el intendente de San Agustín y por una reducida pero enervada comisión de padres, entre los cuales se encontraba el coronel Díaz Galván.
   Bajo ningún punto de vista se le iba a permitir a un docente de San Agustín que ilustrara “ni siquiera mediante relatos orales, episodios que aludieran a la desnudez humana o a costumbres reñidas con los principios cristianos, éticos y morales que este dignificante proceso de reorganización nacional estaba empeñado en recuperar y fortalecer para bien de la juventud. Y mucho menos hacer mención de cierta mujerzuela que contaminó ideológicamente a más de una generación y que humilló los valores más sagrados de la patria. Creo que hemos sido más que claros y explícitos respecto de lo que debe hacer usted de aquí en más en este colegio. Y si no lo sabe, nosotros, y cuando digo nosotros me refiero a la autoridad civico-militar que representa la voz de esta comunidad, nos encargaremos de tomar las medidas que creamos convenientes para que deponga esa actitud”.
   En 1972, cuando se inauguró el colegio secundario Conrado Villegas, gran parte de la planta funcional docente de la escuela primaria local tomó horas cátedra en la nueva institución. Ello se debía a la falta de graduados en educación media que se registraba en el pueblo. De allí que profesoras y profesores del Distrito VI, como De Paoli, Breckner, Cervantes y Medina, se interesaran por la buena nueva y decidieran viajar desde otras localidades para dictar clases de matemática, inglés, castellano y educación física, respectivamente. Por lo tanto, Mercedes, junto a la cohorte que ingresó ese año, pudo mantener una cierta continuidad pedagógica y afectiva  con sus maestros del primario. Claro que de allí en más la relación entre alumnado y docentes adquirió una mayor formalidad respecto de la que estaban acostumbradas ambas partes. Para empezar ya no había señoritas o maestros, había profesoras y profesores, como tampoco un único titular para cada división. Ahora el total de asignaturas se repartía entre tres, cuatro o cinco profesores en el mejor de los casos, como ocurría en 1º “C”, donde el profesor González dictaba Botánica, Historia y Geografía, lo que significaba mantener con él un contacto casi diario. El resto del equipo estaba compuesto por docentes viajeros, y su contacto social se circunscribía exclusivamente al dictado de clases. 
  Por otra parte, los docentes forasteros preferían desplazarse desde sus lugares de residencia para cumplir con sus obligaciones profesionales, que establecer residencia en San Agustín. Cervantes y Medina lo hacían desde San Carlos, y Brekner, como liquidaba sus doce horas en una sola jornada, lo hacía desde Valle Andino. Obviamente, a medida que los cursos promocionaban, la complejidad de la planta funcional iba acentuándose. Tal es así que cinco años después de su inauguración, el colegio contaba con un plantel de veintidós docentes de cátedra, sin contar al equipo directivo, al personal administrativo-pedagógico, ni a los cuatro auxiliares de servicio. Finalmente, diciembre del’76 sería un año inolvidable para los agustinenses, ya que celebrarían la primera promoción de Bachilleres del pueblo.

  Cuando Laura terminó segundo año y le dijo a la Neno que abandonaba los estudios, Mariano creyó que su plan de vida comenzaba a tomar dimensión de realidad. Era cuestión de tiempo, nada más. En un par de años podrían emanciparse de la tutela de la Neno. Pero  la Neno enfureció cuando Laura le hizo saber su decisión. Juró por vivos y muertos que si era preciso se encargaría ella misma de llevarla hasta el colegio. De hecho, durante unos días se encargó de acompañarla y corroborar que su hija ingresara al establecimiento. Pero en la municipalidad, donde la Neno había sido contratada gracias a los buenos oficios del coronel Díaz Galván, le advirtieron que no tolerarían una llegada tarde más de su parte. De todos modos, esos pocos días que duró la celosa custodia materna, Laura se las arregló para atravesar el pasillo interno del colegio, cruzar el patio a la carrera, rodear los baños y ganar la calle por la parte posterior de la sala de calderas. Visto lo inútil del esfuerzo, la Neno se dio por vencida y tuvo que aceptar la errónea decisión de su hija como un fracaso propio. Sabía que la única forma de progresar y escaparle a la rutina degradante de ese pueblo era obteniendo un título. Una vez logrado ese objetivo sería más fácil llegar a ser alguien en la vida. Desde ya que si ella se lo pedía el coronel podría hacer arreglos para que ambas se radicasen en la capital provincial. Allí Laurita tendría posibilidades de estudiar para maestra en el instituto San Martín. O si se animaba, hasta de ingresar a la universidad. Seguramente Amancay, si aún continuaba prestando servicios en el hospital regional, le conseguiría un puesto de mucama o de cocinera. ¿Acaso su amiga no le debía el favor de su vida?  ¿Acaso ella no le cuidó todos estos años al Marianito y lo hizo casi un hombre de ley?
  La Neno confiaba en el coronel porque sabía que la sangre no era muda ni sorda. Era imposible que ese hombre no sintiera debilidad afectiva por Laurita. Ya lo notaba ella cómo miraba a la chica cada vez que se cruzaban en las calles del pueblo. Cómo se preocupaba el coronel por lo que hacía y por lo que pensaba hacer con su vida. Hasta recordaba la fecha de su cumpleaños y el día que perdió su primer diente de leche: 9 de abril de 1965. Él mismo le dejó un billete de cien bajo la almohadita de su cama y un atadito de figuritas Cenicienta. Ya se encargaría ella de persuadirlo para llevar adelante su plan. Tenía con qué hacerlo, porque a pesar de sus treinta y cuatro años ninguna de las mujeres de los camaradas del coronel lucía un cuerpo tan bien moldeado y firme como el suyo. Desde luego que sabía que el coronel visitaba clandestinamente a las esposas de sus subordinados cuando estos salían en comisión. Pero no le importaba porque él siempre volvía a su lado. Ninguna, y de eso también estaba segura, le daba lo que ella sí con total consentimiento. Como nadie le hacía desear la Neno esa parte de su cuerpo. Lo hacía sufrir de ganas, pero al final alzaba sus partes y accedía a su ruego como una diosa que concede la mayor de las gracias a su más ferviente devoto. Estaba segura de que ninguna de sus ocasionales rivales se daba vuelta de esa manera ni se soltaba el cabello hasta la cintura para ofrecerse como ella lo hacía. Claro que sabía que él iba a acceder si se lo pedía. Laurita era su hija y le debía ese favor. No había margen para la duda. Esa parte de la debilidad masculina era la batalla que mejor le cabía al triunfo de una mujer. Y ella gozaba de ese poder.
    Primero no quiso saber nada con volver a “ese colegio”. Estaba harta del sucio chusmerío que practicaban sus compañeras en referencia a ella y a su madre. Además, no le gustaba estudiar porque le enseñaban cosas que encontraba cada vez más estúpidas. Prefería trabajar limpiando casas, como lo hacían otras chicas de su edad, o en el taller de tejido de la municipalidad. Pero a ese colegio no volvería nunca más.
    “Ya viste qué fácil me escapo. Así que no insistas…¿Y por qué a Mariano no le dijiste nada cuando terminó la primaria y se fue a trabajar a la chacra del Choique?…¿Y qué tiene que ver que sea varón? Yo soy mujer y…Sí, sí que soy mujer y puedo hacer las mismas cosas que él. ¿No me decís siempre que si me lo propongo soy capaz de llevarme el mundo por delante?… ¿Y entonces?... Dejame decidir por mí misma lo que quiero hacer con mi vida”
   Dieciséis días de lluvias constantes y caminos anegados obligaron a Laura a permanecer encerrada. La casita del río no estaba tan retirada del pueblo, pero cuando el cielo se descargaba de esa manera el camino se tornaba intransitable y las distancias parecían agigantarse. De manera que la mayor parte del tiempo Laura la pasaba a solas y sometida al aburrimiento más extremo que podía esperarse en una situación climática como esa. Su madre regresaba del trabajo al atardecer, pero como estaban peleadas no le hablaba más que para resolver algún asunto doméstico. Y a Mariano no tenía casi ganas de verlo porque a la larga salía a relucir el tema de su deserción escolar y de lo que podrían planificar juntos si ella se decidiera. Así que el muchacho, después de cenar junto a dos mujeres que apenas probaban bocado y contestaban monosílabos, optaba por reunir un atado de leña y recluirse en el galponcito del fondo.
   Quizás el tedio, la lluvia persistente o la insistencia de la Neno hicieron que Laura desistiera de su negativa y la llevaron a aceptar una negociación intermedia. Su madre había estado hablando con el coronel toda la noche, y él, gustoso, aceptaba ayudarlas. Seguro que Mercedes no tendría objeción en que la chica se instalara en su casa los días de semana para hacer limpieza. De última, durante su primera infancia habían compartido un mismo espacio de juego y convivencia. Vale decir que a su hija no le resultaría ajeno ese espacio de trabajo. Y aunque ninguna de las partes hizo referencia al pasado, sería como una compensación encubierta por aquella traumática expulsión que la marginó socialmente. De esa forma todos quedaban en paz y alguno que otro hasta salvaba antiguas culpas.
   El arreglo determinaba que Laura se instalaría de lunes a viernes en la casa del coronel. Sólo tareas domésticas, nada más. Así lo haría hasta el año entrante. Luego, ambas mujeres se mudarían a la capital provincial y la chica retomaría sus estudios. Como el mes de mayo ya estaba avanzado, el año calendario a cumplir no sería tal y “cuando te quieras acordar ya vas a estar mudándote”. Ambas partes daban por hecho que los contactos del coronel tramitarían con éxito un traslado de la Neno a la administración central. Quedaba claro que la distancia no era impedimento para que él fuera a visitarla cuando quisiera. De paso, la hipotética mudanza le quitaba presión a la situación que tanto él como ellas venían padeciendo desde aquella noche ventosa en San Agustín.

   “Eso te pasa por no haber seguido estudiando –le dijo Mercedes a Mariano en tono de burla- . Pero si ahora viniera una, aunque sea pendeja la amazona, te daría vuelta a vos y a tres como vos porque eran más valientes que los hombres. El profe González dijo que se cortaban una teta para poder disparar mejor el arco ¿Vos te animarías? ¿Serías tan macho como ellas?...Nada que ver. Por eso sólo no lo levantaron en peso. Además no dijo teta, dijo seno… No, no fue por eso. Dicen que fue porque se andaba juntando con el cura Javier y con otros profes que son jodidos ideológicamente…Quiere decir que tienen ideas políticas peligrosas. Que cuando sale de San Agustín con la seño Elvira es para contactarse con un obispo y para después hacerles la cabeza a los alumnos. Lo escuché cuando mi papá hablaba con Fontana y con Sepúlveda....Mi viejo se borró de todo eso porque ya está casi retirado…¿Por qué te crees que se pasa todo el día en el campo y leyendo sobre caballos? Ahora tiene tiempo y quiere dedicarse a lo que le gusta. Dice que quiere adiestrarte para que no pierdas más tiempo en lo del Choique y para que en el futuro seas el capataz de la cabaña que va a fundar su socio…¿Para qué va a comprar aquí si esto va a quedar inundado cuando terminen la represa?…¿Y qué se yo? Cambiarán el pueblo de lugar y los trasladarán a todos… Sí, nada más que a los caballos se quiere dedicar. No quiere saber nada más del ejército ni de política ni de nada…Porque parece que el profe tiene un amigo preso y quiere saber dónde lo metieron. Piensa que los curas pueden averiguar algo. Pero mi viejo no sabe nada de gente presa y dice que no le importa, que ése ya no es su problema, que por algo lo habrán detenido al amigo del profe. Y te digo la verdad, a mí tampoco me importa. Mejor que un día se inunde todo y el mundo se olvide de San Agustín. Y que desaparezcan los que me hicieron sufrir. Principalmente esa guacha que vos sabés y que no me crees lo que hace. Pero ya te lo voy a probar para que te despabiles de una vez por todas. Ya lo vas a ver vos mismo… ¿No te das cuenta cómo se las ingenió para instalarse en mi casa y ganarse a mi viejo entregándose como una reventada?...¿No era que iba a trabajar en mi casa unos meses y después se mudaba con la madre? Ya pasó bastante tiempo y… No me pienso callar porque es verdad lo que digo. Si hasta se las rebuscó para que mi viejo se deshiciera de la Neno ¿Cómo crees que se acomodó la madre de esa puta en la capital?...¿Qué, ahora la Neno es tu mamá?...Está bien, no te digo nada más. Solito te vas a dar la cara contra…Es cuestión de tiempo. Todo llega y de la verdad nadie se escapa. Pero, bueno, no quiero hablar más de esta porquería. Ahora decime, dale, ¿te animarías, sí o no?...Eso, lo de las amazonas: amputarte lo que más duele para pelear mejor ¿Te animarías?...¿Y algo más peligroso?...No sé, como hacerle daño a una persona que querés...Sí, eso, mucho más que golpear o torturar…Matar…Quitarle la vida a un ser humano ¿Matarías a alguien?. ..¿Y si yo te lo pidiera porque peligra mi vida o porque me hicieran sufrir mucho, mucho, mucho, lo harías? Mirame a los ojos. Fijo mirame y decime la verdad ¿Lo harías por mí?... ¿Viste que sos débil?
   
  
  

  

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