3. AMAZONAS (I)
El volumen I de El Arte de la
equitación estaba abierto en la página 42 y apoyado sobre la mesa ratona,
junto a un cuaderno y un mate recién cebado.
(…) No basta el rigor de la
práctica o la buena destreza física para que jinete y caballo coordinen sus
movimientos con precisión. Entre el despliegue muscular del equino y el
acompañamiento corporal de quien lo monta, existe un lenguaje unívoco, una
lectura de la naturaleza que sólo un espíritu sensible puede interpretar y
llevar a la práctica con eficacia. El estado de comunión entre las partes:
llámese jinete o amazona quien hace las veces de dominador de este arte, debe
florecer del mismo espíritu bipartito de quienes componen tan excelsa pareja
hípica.
Mercedes se detuvo en determinados detalles
que componían la fotografía que acompañaba al texto. Pero ni las botas
lustrosas ni la chaqueta de terciopelo de quien montaba podían compararse con
la perfección anatómica que desplegaba el caballo en el salto. En ese desafío
conjunto a la fuerza de gravedad, los glúteos del jinete evitaban tomar
contacto con la montura, posición que suponía una doble suspensión del hombre
en este caso: una sobre el lomo del animal y otra sobre la valla olímpica. Para
Mercedes sobraban los detalles de imagen o los fundamentos teóricos que exponía
el autor para transmitir lo que estaba sintiendo ése jinete al momento de ser
fotografiado.
La vez que su padre le dijo que se tuviera confianza y que intentara
idéntica destreza con el Tinto, creyó que ese brevísimo estado de ingravidez,
el que contenía el punto más alto del salto, perduraría por siempre. Que el
potro mantendría sus patas extendidas hasta que ella se lo pidiera. Deseaba que
el vértigo y el ardor que punzaban su vientre no la abandonaran nunca. La falta
de sustento que consigo le brindaba el salto, más la sensual conmoción que le
provocaba el cuerpo del animal lanzado entre sus piernas, volvería a abordarla
poco tiempo después en su debut sexual con Mariano.
Le bastaba recorrer con las yemas de los dedos los bordes de la
fotografía para que la piel comenzara a erizársele en las piernas y cobrar
temperatura. Así dejó que el extremo redondeado del brazo del sillón calzara
justo en la parte más necesitada de su cuerpo. Se inclinó hasta apoyar las
manos en la mesita y ayudó a que el ritmo de su excitación marcara un vaivén
sostenido contra el extremo del apoyabrazos. La propia imagen que le ofrecía el
espejo de la sala la sorprendió al principio. No se reconoció al verse tan
expuesta a una ceremonia corporal que, hasta ahora, siempre había sucedido sin
testigos y en la intimidad de su mundo femenino. Le gustó lo que veía reflejado de sí misma y
se entregó aún más al placer que le brindaba la dureza del sillón. Quería
sentirse “bien yegua”, como escuchó una vez que le pedía su padre a quien
prefiere no nombrar, cuando la tenía boca abajo en la cama y solo con el
corpiño puesto. Mercedes se buscó otra vez en el recuadro enmarcado del espejo
y volvió a extrañarse, pero esta vez con pavor. No se identificaba con el
rostro que permanecía inmóvil frente a sus ojos en relación a la sacudida que
asumía el resto de su cuerpo. La abertura de su boca sí, las mejillas
acaloradas sí, el arco de las cejas forzando una leve arruga en la frente sí,
el cabello lacio y rubio sí, pero los ojos no. Los ojos no claros y de mirada
fija contra los suyos, no asumiendo una actitud hostil o de reproche, sino
interrogándola por algo que ella misma temía definir como culpa o desamparo.
Apartó la vista del espejo y se puso de pie, casi avergonzada, casi arrepentida
de haberse dejado llevar por sus instintos frente a ella misma, frente a la que
seguía clavándole la mirada a pesar de haberse retirado del espejo.
Todavía agitada, todavía sonrosada en el cuello y en la cara, todavía
húmeda por lo bajo, cerró el libro, subió hasta su cuarto y se refugió entre
los almohadones de la cama. Bien sabía Mercedes desde cuándo esos ojos venían irrumpiendo
en su vida. Recordaba aquella ventosa noche en la que su madre la condenó a la
soledad de la casa. La imagen de la
Señora aplicándole doble vuelta de llave a la puerta
principal, y ella, sin dejar de llorar, derrumbándose contra la pared y
abrazada a la muñeca pepona que Laurita había dejado caer cuando la echaron,
fue uno de los gestos maternos que más aborreció en su vida. Sin embargo, a
pesar del desprecio y del rencor que sentía ahora por Laura, Mercedes aún
conservaba la muñeca. No recordaba cuándo se había desprendido uno de los
botones azules que la Neno
le había cosido, uno a cada lado de la nariz, a su juguete de trapo. Por lo
demás, la pepona estaba intacta, clavada de una de sus manos contra la pared y debajo del poster de
los Bee Gees.
La
noche que la Choli
se puso a ladrar como una loca y ella se acercó a la habitación de su padre
para apartarla con el pie y ordenarle a media voz que cerrara el hocico (para escuchar primero y entreabrir la puerta
después, para intentar reconocer ese chasquido que provenía del golpeteo de los
sexos y ver la mano de su padre apagando los…¿gritos o gemidos?...del cuerpo
que acompasaba el empuje desde abajo), la pepona ya ocupaba un lugar entre sus
objetos más preciados.
“Observalo a Mariano cómo se deja llevar, cómo mantiene derechita la
espalda y se hace liviano en el trote. El Tinto será todo lo potro que quieras
pero es un señor purasangre. Si vos te hacés amiga del animal, si dejás que tu
cuerpo vaya a favor del trote, todo va a resultar más fácil y natural. Mirá qué
bien lo talonea para que apure la vuelta por detrás del álamo. Así, ¿ves?
¡Mucho Marianito, mucho! Dale una vuelta al molino para que se recupere. Hacelo
pasar por el bebedero y después traelo para que Mercedes pruebe otra vez”
Pero a ella, con sus diecisiete años bien asumidos y en plena
efervescencia hormonal, ya no le interesaba montar por su cuenta. Prefería y
esperaba con ansias que la clase de equitación terminara lo antes posible para
que su padre la compensara con una hora de cabalgata libre. Entonces bastaba
una palmada en las ancas del Tinto y el “Dale, subí” para que Mariano montara
detrás de ella y tomara las riendas por debajo de sus brazos. Recién allí,
apretada contra el cuerpo del muchacho, podía sentir lo que su padre le pedía y
todavía más; el temblor intenso del lomo del caballo y la contención masculina
en derredor.
Mercedes gozaba de las vibraciones que consigo traía la experiencia de
la libertad. Gozaba de la aceleración que le imprimía Mariano al Tinto cuando
pasaban entre las alamedas o cuando descendían la última colina para llegar al
río. Gozaba al apoyar su espalda contra el torso desnudo de su compañero. Hasta
el maridaje de sudores que entrecruzaban caballo y hombre la complacía, como
también el impacto del sol cordillerano en la piel, el viento tibio y la
fragancia a frutas que despedían los campos ribereños. La hora de cabalgata libre la elevaba espiritualmente
sobre toda convención material que pudiese arrojarle el mundo. Nada era más
etéreo que su cuerpo en esos días de equitación. Mercedes cerraba los ojos y
jugaba a desencarnar de sí misma. A medida que lo hacía, el paisaje ganaba en
imágenes como un mapa vivo que iba ampliándose conforme su alma se elevaba
sobre la cabalgadura. Así veía cómo el trío que conformaba junto a Mariano y el
Tinto se iba transformando en un puntito canela que se desplazaba lentamente
junto a un hilo de agua azulado. Más atrás quedaba la casa sometida a un efecto
de zoom ampliatorio. En seguida la verdosa cuadrícula rural, el camino sinuoso
hacia el oeste, las bardas, el puente, San Agustín y luego el marco
cordillerano reduciéndose de manera vertiginosa con ella todavía allí,
desplazándose microscópicamente sobre la corteza terrestre. Pero al mismo
tiempo percibiéndose como testigo de sí misma, como evadida de su cuerpo, como
espiándose desde la infinitud de un
silencio absoluto, el que sólo se dejaba revelar por el latido calmo de un
corazón apenas vivo. Entonces, lentamente, abría los ojos y volvía a
descubrirse felizmente mortal, montada sobre un alazán que resoplaba acalorado
y a punto de ser amarrado a la sombra de un sauce que mojaba las puntas de sus
ramas en las aguas del río Huancúl.
Hace unos meses, durante una clase de historia, el profe González les
habló sobre las amazonas: una comunidad de mujeres que habitaba en una isla de
algún mar lejano y que manejaba con total destreza tanto armas como caballos.
Mercedes no recordaba si era un dato histórico fehaciente o si se trataba de un
relato mitológico, pero le entusiasmaba saber que en algún tiempo y en algún
lugar existió una organización político-social exclusivamente femenina y con
pleno poder de decisión respecto de sus actos. Pero también recuerda que a raíz
del tema abordado y del inesperado debate áulico que surgió del mismo en
relación al rol de la mujer en la lucha de clases, el profesor trajo a colación
las figuras de Eva Perón y Dolores Ibárruri,
La Pasionaria. Por supuesto
que al finalizar la jornada el episodio no demoró en trascender el ámbito
institucional y enmarañarse hasta la exageración en cada uno de los hogares de
San Agustín. De allí que el profesor Lucio González fuera citado al día siguiente
por el consejo directivo del colegio e interpelado conjuntamente por el rector,
por el intendente de San Agustín y por una reducida pero enervada comisión de
padres, entre los cuales se encontraba el coronel Díaz Galván.
Bajo ningún punto de vista se le iba a permitir a un docente de San
Agustín que ilustrara “ni siquiera mediante relatos orales, episodios que
aludieran a la desnudez humana o a costumbres reñidas con los principios
cristianos, éticos y morales que este dignificante proceso de reorganización nacional
estaba empeñado en recuperar y fortalecer para bien de la juventud. Y mucho
menos hacer mención de cierta mujerzuela que contaminó ideológicamente a más de
una generación y que humilló los valores más sagrados de la patria. Creo que
hemos sido más que claros y explícitos respecto de lo que debe hacer usted de
aquí en más en este colegio. Y si no lo sabe, nosotros, y cuando digo nosotros
me refiero a la autoridad civico-militar que representa la voz de esta
comunidad, nos encargaremos de tomar las medidas que creamos convenientes para
que deponga esa actitud”.
En 1972, cuando se inauguró el colegio secundario Conrado Villegas, gran
parte de la planta funcional docente de la escuela primaria local tomó horas
cátedra en la nueva institución. Ello se debía a la falta de graduados en
educación media que se registraba en el pueblo. De allí que profesoras y
profesores del Distrito VI, como De Paoli, Breckner, Cervantes y Medina, se
interesaran por la buena nueva y decidieran viajar desde otras localidades para
dictar clases de matemática, inglés, castellano y educación física,
respectivamente. Por lo tanto, Mercedes, junto a la cohorte que ingresó ese
año, pudo mantener una cierta continuidad pedagógica y afectiva con sus maestros del primario. Claro que de
allí en más la relación entre alumnado y docentes adquirió una mayor formalidad
respecto de la que estaban acostumbradas ambas partes. Para empezar ya no había
señoritas o maestros, había profesoras y profesores, como tampoco un único
titular para cada división. Ahora el total de asignaturas se repartía entre
tres, cuatro o cinco profesores en el mejor de los casos, como ocurría en 1º
“C”, donde el profesor González dictaba Botánica, Historia y Geografía, lo que
significaba mantener con él un contacto casi diario. El resto del equipo estaba
compuesto por docentes viajeros, y su contacto social se circunscribía
exclusivamente al dictado de clases.
Por otra parte, los docentes forasteros
preferían desplazarse desde sus lugares de residencia para cumplir con sus
obligaciones profesionales, que establecer residencia en San Agustín. Cervantes
y Medina lo hacían desde San Carlos, y Brekner, como liquidaba sus doce horas
en una sola jornada, lo hacía desde Valle Andino. Obviamente, a medida que los
cursos promocionaban, la complejidad de la planta funcional iba acentuándose.
Tal es así que cinco años después de su inauguración, el colegio contaba con un
plantel de veintidós docentes de cátedra, sin contar al equipo directivo, al
personal administrativo-pedagógico, ni a los cuatro auxiliares de servicio.
Finalmente, diciembre del’76 sería un año inolvidable para los agustinenses, ya
que celebrarían la primera promoción de Bachilleres del pueblo.
Cuando Laura terminó segundo año y le dijo a la Neno que abandonaba los
estudios, Mariano creyó que su plan de vida comenzaba a tomar dimensión de
realidad. Era cuestión de tiempo, nada más. En un par de años podrían
emanciparse de la tutela de la
Neno. Pero la Neno enfureció cuando Laura
le hizo saber su decisión. Juró por vivos y muertos que si era preciso se
encargaría ella misma de llevarla hasta el colegio. De hecho, durante unos días
se encargó de acompañarla y corroborar que su hija ingresara al
establecimiento. Pero en la municipalidad, donde la Neno había sido contratada
gracias a los buenos oficios del coronel Díaz Galván, le advirtieron que no
tolerarían una llegada tarde más de su parte. De todos modos, esos pocos días
que duró la celosa custodia materna, Laura se las arregló para atravesar el pasillo
interno del colegio, cruzar el patio a la carrera, rodear los baños y ganar la
calle por la parte posterior de la sala de calderas. Visto lo inútil del
esfuerzo, la Neno
se dio por vencida y tuvo que aceptar la errónea decisión de su hija como un
fracaso propio. Sabía que la única forma de progresar y escaparle a la rutina
degradante de ese pueblo era obteniendo un título. Una vez logrado ese objetivo
sería más fácil llegar a ser alguien en la vida. Desde ya que si ella se lo
pedía el coronel podría hacer arreglos para que ambas se radicasen en la capital
provincial. Allí Laurita tendría posibilidades de estudiar para maestra en el
instituto San Martín. O si se animaba, hasta de ingresar a la universidad.
Seguramente Amancay, si aún continuaba prestando servicios en el hospital
regional, le conseguiría un puesto de mucama o de cocinera. ¿Acaso su amiga no
le debía el favor de su vida? ¿Acaso
ella no le cuidó todos estos años al Marianito y lo hizo casi un hombre de ley?
Primero no quiso saber nada con volver a “ese colegio”. Estaba harta del
sucio chusmerío que practicaban sus compañeras en referencia a ella y a su
madre. Además, no le gustaba estudiar porque le enseñaban cosas que encontraba
cada vez más estúpidas. Prefería trabajar limpiando casas, como lo hacían otras
chicas de su edad, o en el taller de tejido de la municipalidad. Pero a ese colegio no volvería nunca más.
“Ya viste qué fácil me escapo. Así que no insistas…¿Y por qué a Mariano
no le dijiste nada cuando terminó la primaria y se fue a trabajar a la chacra
del Choique?…¿Y qué tiene que ver que sea varón? Yo soy mujer y…Sí, sí que soy
mujer y puedo hacer las mismas cosas que él. ¿No me decís siempre que si me lo
propongo soy capaz de llevarme el mundo por delante?… ¿Y entonces?... Dejame
decidir por mí misma lo que quiero hacer con mi vida”
Dieciséis días de lluvias constantes y caminos anegados obligaron a
Laura a permanecer encerrada. La casita del río no estaba tan retirada del
pueblo, pero cuando el cielo se descargaba de esa manera el camino se tornaba
intransitable y las distancias parecían agigantarse. De manera que la mayor
parte del tiempo Laura la pasaba a solas y sometida al aburrimiento más extremo
que podía esperarse en una situación climática como esa. Su madre regresaba del
trabajo al atardecer, pero como estaban peleadas no le hablaba más que para
resolver algún asunto doméstico. Y a Mariano no tenía casi ganas de verlo
porque a la larga salía a relucir el tema de su deserción escolar y de lo que
podrían planificar juntos si ella se decidiera. Así que el muchacho, después de
cenar junto a dos mujeres que apenas probaban bocado y contestaban monosílabos,
optaba por reunir un atado de leña y recluirse en el galponcito del fondo.
Quizás el tedio, la lluvia persistente o la insistencia de la Neno hicieron que Laura
desistiera de su negativa y la llevaron a aceptar una negociación intermedia.
Su madre había estado hablando con el coronel toda la noche, y él, gustoso,
aceptaba ayudarlas. Seguro que Mercedes no tendría objeción en que la chica se
instalara en su casa los días de semana para hacer limpieza. De última, durante
su primera infancia habían compartido un mismo espacio de juego y convivencia.
Vale decir que a su hija no le resultaría ajeno ese espacio de trabajo. Y
aunque ninguna de las partes hizo referencia al pasado, sería como una
compensación encubierta por aquella traumática expulsión que la marginó
socialmente. De esa forma todos quedaban en paz y alguno que otro hasta salvaba
antiguas culpas.
El arreglo determinaba que Laura se instalaría de lunes a viernes en la
casa del coronel. Sólo tareas domésticas, nada más. Así lo haría hasta el año
entrante. Luego, ambas mujeres se mudarían a la capital provincial y la chica
retomaría sus estudios. Como el mes de mayo ya estaba avanzado, el año
calendario a cumplir no sería tal y “cuando te quieras acordar ya vas a estar
mudándote”. Ambas partes daban por hecho que los contactos del coronel
tramitarían con éxito un traslado de la
Neno a la administración central. Quedaba claro que la
distancia no era impedimento para que él fuera a visitarla cuando quisiera. De paso,
la hipotética mudanza le quitaba presión a la situación que tanto él como ellas
venían padeciendo desde aquella noche ventosa en San Agustín.
“Eso te pasa por no haber seguido estudiando –le dijo Mercedes a Mariano
en tono de burla- . Pero si ahora viniera una, aunque sea pendeja la amazona,
te daría vuelta a vos y a tres como vos porque eran más valientes que los
hombres. El profe González dijo que se cortaban una teta para poder disparar
mejor el arco ¿Vos te animarías? ¿Serías tan macho como ellas?...Nada que ver.
Por eso sólo no lo levantaron en peso. Además no dijo teta, dijo seno… No, no
fue por eso. Dicen que fue porque se andaba juntando con el cura Javier y con
otros profes que son jodidos ideológicamente…Quiere decir que tienen ideas políticas
peligrosas. Que cuando sale de San Agustín con la seño Elvira es para
contactarse con un obispo y para después hacerles la cabeza a los alumnos. Lo escuché cuando mi papá hablaba con
Fontana y con Sepúlveda....Mi viejo se borró de todo eso porque ya está casi
retirado…¿Por qué te crees que se pasa todo el día en el campo y leyendo sobre
caballos? Ahora tiene tiempo y quiere dedicarse a lo que le gusta. Dice que
quiere adiestrarte para que no pierdas más tiempo en lo del Choique y para que
en el futuro seas el capataz de la cabaña que va a fundar su socio…¿Para qué va
a comprar aquí si esto va a quedar inundado cuando terminen la represa?…¿Y qué
se yo? Cambiarán el pueblo de lugar y los trasladarán a todos… Sí, nada más que
a los caballos se quiere dedicar. No quiere saber nada más del ejército ni de
política ni de nada…Porque parece que el profe tiene un amigo preso y quiere
saber dónde lo metieron. Piensa que los curas pueden averiguar algo. Pero mi
viejo no sabe nada de gente presa y dice que no le importa, que ése ya no es su
problema, que por algo lo habrán detenido al amigo del profe. Y te digo la
verdad, a mí tampoco me importa. Mejor que un día se inunde todo y el mundo se
olvide de San Agustín. Y que desaparezcan los que me hicieron sufrir. Principalmente
esa guacha que vos sabés y que no me crees lo que hace. Pero ya te lo voy a
probar para que te despabiles de una vez por todas. Ya lo vas a ver vos mismo…
¿No te das cuenta cómo se las ingenió para instalarse en mi casa y ganarse a mi
viejo entregándose como una reventada?...¿No era que iba a trabajar en mi casa
unos meses y después se mudaba con la madre? Ya pasó bastante tiempo y… No me
pienso callar porque es verdad lo que digo. Si hasta se las rebuscó para que mi
viejo se deshiciera de la Neno
¿Cómo crees que se acomodó la madre de esa puta en la capital?...¿Qué, ahora la Neno es tu mamá?...Está bien,
no te digo nada más. Solito te vas a dar la cara contra…Es cuestión de tiempo.
Todo llega y de la verdad nadie se escapa. Pero, bueno, no quiero hablar más de
esta porquería. Ahora decime, dale, ¿te animarías, sí o no?...Eso, lo de las
amazonas: amputarte lo que más duele para pelear mejor ¿Te animarías?...¿Y algo
más peligroso?...No sé, como hacerle daño a una persona que querés...Sí, eso,
mucho más que golpear o torturar…Matar…Quitarle la vida a un ser humano
¿Matarías a alguien?. ..¿Y si yo te lo pidiera porque peligra mi vida o porque
me hicieran sufrir mucho, mucho, mucho, lo harías? Mirame a los ojos. Fijo
mirame y decime la verdad ¿Lo harías por mí?... ¿Viste que sos débil?
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